En la Casa Hogar “Mis Abuelitos”, ubicada en el centro poblado Cochachinche, en el distrito de Huácar, provincia Ambo, en Huánuco, los 27 residentes celebraron el cumpleaños de uno de sus más famosos compañeros: Marcelino Abad Tolentino, el usuario del Programa Nacional de Asistencia Solidaria Pensión 65 más longevo del país y quizá del mundo.
“Mashico” mide un metro con 30 centímetros, no sabe leer ni escribir y no tuvo esposa ni hijos. Carecía de partida de nacimiento. Nunca tuvo un empleo formal, ni un salario permanente, hasta que el 7 de febrero del 2019, año en que se supo de su paradero, Pensión 65 del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social – Midis, junto con el Reniec, le tramitaron su DNI y en abril de ese año, recibió por primera vez la subvención que le otorga el Estado, tras ingresar al programa social.
Este 5 de abril, para festejar el onomástico de Marcelino o “Mashico”, como lo llaman cariñosamente en Huánuco, se ofició una misa de salud en la capilla de la Casa Hogar “Mis Abuelitos”, y se realizó una campaña de salud para los residentes. La Policía Nacional se sumó al agasajo con clases de adiestramiento canino; también prepararon una deliciosa pachamanca y, por supuesto, hubo torta para los invitados.
A su homenaje asistieron los religiosos del albergue y el director ejecutivo del Programa Pensión 65, Julio Mendigure Fernández, así como el alcalde provincial de Pachitea, Nelson Roger Venancio Jorge.
Sus familiares estuvieron ausentes, pues desde hace muchos años “Mashico” no se sabe nada de ellos. Cuentan sus paisanos haber escuchado relatos de cuando “Mashico” aparecía en las fiestas de los pueblos vendiendo locro (plato típico), trabajando como peón en las chacras o ayudando en la construcción de casas.
El hombre más longevo del Perú habitó por mucho tiempo una hacienda abandonada del centro poblado Cormilla, en el distrito de Chaglla, pero debido a que se enfermó, una mujer caritativa en el centro poblado Huacache, lo alojó en su vivienda. Luego sufrió otra caída y así ingresó a la casa hogar, donde vive hasta hoy.
Ahora, se le nota alegre y con las mejillas sonrosadas; no se desprende de su sombrero, chaleco y yanquis que usaba cuando vivía solo. El personal del albergue que lo atiende, dice que es muy limpio y respetuoso, que saluda a todas las personas que ve, aunque algunos no le entiendan bien, ya que habla quechua y tiene dificultad para pronunciar las palabras.
Aunque tiene problemas de audición y de su dentadura, ha sido bendecido con buena salud. Aún gusta de trabajar la tierra y cuidar animales. Él está convencido que el secreto de su longevidad es la vida tranquila y alimentación saludable que tuvo. Cuando vivía solo, se alimentaba principalmente de las frutas y verduras que cosechaba en su chacra. Siempre compartió lo poco que tenía y, sobre todo, con profundo amor a Dios.