Viernes, 15 de Noviembre del 2024
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Festival de Málaga es un éxito

Publicado el 27/08/20

Al igual que hizo a primeros del mes de julio con los festivales de literatura, la Semana Negra de Gijón, marcando pauta, arriesgándose y recordando que nos va mucho más de lo que parece en no olvidarnos de la ficción y los comediantes o juntaletras que la hacen posible. El mensaje de unidad fue claro reuniendo alrededor del Festival de Málaga el póquer de los principales festivales españoles del territorio audiovisual: San Sebastián, Sevilla, Sitges y Valladolid.

Más valor tiene el festival malagueño cuando echa a andar sin alfombra roja, quizá lo más emblemático del festival, la pasión de una ciudad volcada alrededor de ese pasillo por el que se paseaban actores, actrices, artesanos, estrellas y estrellados. “Amable y seguro” es el lema que impulsa la presente edición del festival que busca no suspender la cultura. Sin alfombra roja pero aquí está y, lo dicho, es un éxito. Lo fue el 21 de agosto y lo será cuando se clausure y el resto de festivales de cine aquí presentes sigan sus pasos haciendo lo que han hecho y ha salido bien y omitiendo aquello que no haya funcionado.

Actores y actrices, periodistas, público, directores y productores exhiben un entusiasmo imparable e infantil. No es solo la alegría de poder trabajar, lo cual es ya mucho. Ni el orgullo de una industria y una profesión que siempre tiene que ir explicándose y excusándose. Tampoco es solo por poder volver a las sesiones de fotos y la vanidad, el exhibicionismo tanto como el riesgo del salto al vacío que toda creación conlleva. Es también por un intangible. Con el cine, con su supervivencia se está tratando de salvar algo importante.

El mundo seguiría rodando sin gente haciendo películas y gente yendo a verlas en un rito social perpetrado en misteriosos lugares llamados salas de cine y hasta en el sofá enorme que tenemos ahora por espalda. El problema es que el declive del cine en salas y el de la literatura incómoda y aventurera de guiones y argumentos ha dejado un hueco en la formación de historias, en la defensa de la memoria, en el posicionamiento ético de una sociedad. Y ese hueco lo ha llenado la barbarie, fake news y linchamientos, Nerón, Calígula y el caballo cónsul campando a sus anchas en redes sociales, parlamentos y platós televisivos. Elija usted su época favorita del cine. Actores, actrices, directores, películas. La que quiera. ¿Ya…? Visualícelo.

Ante Agnès Varda o Billy Wilder, ante Indiana Jones o Serpico, ante Mastroianni y la Loren entre ropa extendida en un terrado, ante monjas drogadictas, caballeros sin espada o regentando un café en Casablanca. Ante todos ellos, el racismo, la xenofobia, el fascismo, el totalitarismo eran gente ridícula sin líneas de diálogo. Solo ruido y babas. Hoy no lo parecen. Necesitamos el cine, lo más parecido a la vida y lo menos parecido a Twitter; y lo necesitamos para volver a aceptar al Otro, para, si es preciso, que aniquilen nuestras certezas e ir directos hacia el centro de la Estrella de la Muerte. Todo eso pudiera ser una exageración, pero en tiempos de mascarilla y propaganda, el valor a la vez subversivo y sanador de las historias explicadas a través del cine me parece una teoría conspirativa de la más decente.

Tres ejemplos –entre otras– de por qué la presente edición del Festival de Málaga ya es un éxito. La primera en forma de cortometraje documental. Su autor es el catalán Adrià Guxens y su título No creo que vaya a llover . Está dentro de la categoría de Cinema Cocina, por primera vez, Sección Oficial. Rodada en Shanghai gracias a una beca internacional que acusó el talento de Guxens ya presente en otros cortos como Un instante (2017) o Preludio (2019). En sus apenas once minutos asistimos al choque generacional entre abuela y nieto, alrededor de cuencos de comida. Primeros planos y esa voluntad de entender a todos para no dar la razón a nadie.

Más cine al rescate ético y emocional para La mort de Guillem , de Carlos Marques-Marcet. Una muestra soberbia de cómo no ser maniqueo, pero con la línea de la violencia totalitaria bien marcada en el suelo. El 11 de abril de 1993 un grupo de neonazis asesinaron al joven antifascista Guillem Agulló en la localidad de Montanejos y Marques-Marcet nos explica esta historia donde lo íntimo y familiar hace de caja de resonancia hasta ensordecer lo político y social, noqueándonos e interpelándonos.

El cine como rodillo que exige toda tu atención para triturar prejuicios y comodidades de la forma más inteligente posible. No obviemos que el idilio del cine catalán, en general, y Marques-Marcet, en particular, con el Festival de Málaga es mucho más que un amor de verano. En la anterior edición se llevó la Biznaga de Oro con Els dies que vindran y en esta edición recibe el Málaga ­Talent en reconocimiento a su carrera.

El tercer ejemplo es El diablo entre las piernas , del veterano director mexicano Arturo Ripstein, que se adentra con valentía en la intimidad de un matrimonio en la senectud, atrapados entre la erotomanía, los celos, la sexualidad y la violencia. Algo que sólo verás en cine.

FUENTE: LA VANGUARDIA



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