Repetir y repetir una mentira la convierte en una verdad. El presidente Donald Trump cree con firmeza en esa teoría, que la aplica de forma habitual. Este fin de semana ha vuelto a reiterar que “el virus está desapareciendo”.
Su pensamiento mágico choca a menudo con la realidad.
Estados Unidos superó este domingo el listón de los cinco millones de contagiados, cifra sin igual a nivel global, como también lo es la de casi 143.000 defunciones, sin que se haya frenado la propagación del patógeno. Brasil, India y Rusia van por detrás.
Entre tanto, los legisladores son incapaces de alcanzar un acuerdo sobre los estímulos de alivio para los ciudadanos, acosados por la crisis sanitaria y el colapso económico.
Trump firmó este sábado varias órdenes ejecutivas. Una de ellas concede 400 dólares a la semana por desempleo, después de que la de 600 aprobada por el Congreso caducara a finales de julio. El presidente la ha rebajado porque, a partir de su visión, 600 dólares semanales “desincentiva salir a buscar trabajo”.
Además de su dudosa capacidad para aplicar esas órdenes (incluyen moratorias en desahucios y en préstamos estudiantiles), demócratas y republicanos coincidieron este domingo en aplicar el calificativo de “inconstitucionalidad” a esas medidas.
Una de las más criticadas por ambas bancadas se refiere a una obsesión del presidente. Consiste en aplazar los impuestos que se desgravan de las nóminas por debajo de 100.000 dólares. Hay una oposición generalizada, incluidos los conservadores, por discriminatoria y porque consideran que ataca directamente al ingreso de fondos para la atención sanitaria a las personas de renta baja (Medicaid) y el seguro médico de los mayores de 65 años (Medicare).
Tanto republicanos como demócratas dudan de la legalidad de las órdenes firmadas por Trump
Los demócratas se están planteando acudir a los tribunales. El espectáculo que montó Trump para esas firmas, en su club de Bedminster (Nueva Jersey), rodeado de sus millonarios clientes, tuvo aire de brindis al sol, orientado más como acto de campaña que como acción de gobierno.
“Lo estamos haciendo muy bien”, insiste Trump, mientras el virus sigue propagándose a buen ritmo por varios estados. Pese a que la media diaria de positivos ha caído, se mantiene en 66.000.
El presidente se hace eco de teorías conspirativas, pero no demuestra mucho respeto por sus científicos. “Patético”, tuiteó el pasado lunes en referencia a una declaración de la doctora Deborah Birx, coordinadora del equipo de la Casa Blanca contra la Covid-19. Trump había dicho que el patógeno retrocedía cuando, según Birx, “está extraordinariamente extendido”.
Su colega, Anthony Fauci aseguró en la CNN que Estados Unidos “va mal” si se compara con el resto del mundo. “Los números no mienten”, subrayó.
Aunque en otros países se están produciendo rebrotes en las últimas semanas, ninguna de las naciones ricas ha sufrido una propagación tan severa y sostenida a lo largo de más de cuatro meses.
Si España reportó 50.000 casos en julio, Florida, con la mitad de población, sumó 300.000.
Estados Unidos contabilizó su primer millón de infectados el 28 de abril. El primer caso se conoció en enero. El 10 de junio se superó el segundo millón, el tercero el 7 de julio y el cuarto el día 23.
La excepcionalidad estadounidense, en este caso negativa se atribuye en parte a la idiosincrasia de los ciudadanos, que priva lo individual por encima de las restricciones del gobierno.
Existe la apreciación general, confirmada por las encuestas, de que la administración Trump ha realizado una mala gestión. Esto también lo hace excepcional. Los líderes de los países desarrollados no han cuestionado públicamente a sus expertos. En cambio, Trump ninguneó el virus –iba a desaparecer de la noche al día, despreció la máscara y urgió a los estados a reabrir los negocios.