Las ondas de choque producidas por la civilización viajan a través del suelo rocoso y, a veces, rebotan en distintos lugares del planeta. Esto lo saben los geólogos porque llevan décadas escuchando la tierra con sismómetros sensibles para saber si habrá un temblor. Las pulsaciones humanas provienen del tráfico, partidos de fútbol, conciertos de rock, fuegos artificiales, trenes subterráneos, explosiones de minas, perforaciones de rocas, fábricas, martillos neumáticos, fundidoras y otras actividades. En 2001, las vibraciones del colapso de las Torres Gemelas se registraron en cinco estados. Los sismómetros incluso sintieron el impacto de los dos aviones.
Ahora, un equipo de 76 científicos de más de una veintena de países ha informado que los cierres por la pandemia del COVID-19 llevaron a una disminución del 50 por ciento en el barullo global que provocan los humanos. El silencio más notable, que fue de marzo a mayo, se comparó con niveles en meses y años previos.
“La duración y quietud de este periodo representa la reducción global de ruido sísmico más larga y estable desde que se tienen registros”, informaron los científicos el jueves en la revista Science. Añadieron que la quietud es el resultado del distanciamiento social, los cierres industriales y la disminución de los viajes y el turismo. El declive general excedió por mucho el que normalmente se observa en fines de semana y días festivos.
Los dispositivos para medir terremotos se remontan al menos a inicios del siglo XVIII, cuando se usaban péndulos para ilustrar las oscilaciones de la tierra. En 1895, un ingeniero irlandés, John Milne, estableció en la isla de Wight un centro de sismógrafos que pronto se convirtió en la primera red global, con 30 filiales en otros países. Para 1957, un grupo internacional de sismólogos catalogaron 600 estaciones. Los dispositivos pueden registrar vibraciones no solo de terremotos y actividades humanas, sino también de huracanes y el choque de olas en las costas, así como el impacto de intrusos rocosos que llegan del espacio exterior.
La nueva investigación estuvo a cargo del Real Observatorio de Bélgica y otras instituciones, como la Escuela Imperial de Londres y la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda. Entre los participantes de Estados Unidos están el laboratorio sismológico en Albuquerque, Nuevo México, del Servicio Geológico de Estados Unidos, así como la Universidad de Princeton, la Universidad de Stanford, la Universidad de Alaska, la Universidad de Maine y la Universidad de California.
El equipo reunió datos de 337 sismógrafos de científicos particulares y de 268 centros sismológicos gubernamentales, universitarios y de geólogos que trabajan en corporaciones. Se reportó que la quietud global comenzó en China a finales de enero y se extendió hacia Europa y el resto del mundo en marzo y abril. El equipo dijo que, para finales del periodo de monitoreo, en mayo, los niveles de vibración en Pekín seguían siendo menores a los de años anteriores, lo cual sugiere que la pandemia seguía restringiendo las actividades en dicho lugar.
El equipo también informó que, en Central Park en Nueva York, se registró que las vibraciones de los domingos por la noche durante el periodo de máximo confinamiento fueron un 10 por ciento más bajas que las medidas anteriormente.
En general, las ciudades grandes y otras áreas con una alta densidad poblacional tuvieron las reducciones más considerables. El equipo dijo que la calma sísmica permitió que los científicos captaran señales sísmicas que antes pasaban desapercibidas, y que el análisis continuo de los datos podría ayudar a los geólogos a diferenciar mejor las vibraciones antropogénicas de las naturales.
Los hallazgos del equipo fueron tan sorprendentes y claros que llamaron la atención de los medios noticiosos desde inicios de abril, casi dos meses antes de que se concluyera el periodo de monitoreo.
En el artículo de la revista Science, el equipo informó que la quietud también fue especialmente evidente en destinos turísticos. En la exuberante isla tropical de Barbados, en el Caribe, el confinamiento comenzó el 28 de marzo y produjo un declive en las vibraciones del suelo de hasta un 50 por ciento en comparación con los años previos. El equipo observó que hubo reducciones similares en las estaciones de esquí de Europa y Estados Unidos.
En todo el mundo, los niveles medios de las sacudidas cayeron hasta un 50 por ciento entre marzo y mayo, “señalando cómo las actividades humanas impactan la Tierra sólida”, escribieron los autores.
© The New York Times 2020