En artículos anteriores comentamos los graves problemas que representa la actual avalancha de estudios científicos. Más de 20.000 estudios, muchos de ellos sin revisar y de una calidad muy baja, están haciendo que cualquiera que intente mantenerse informado de la actualidad termine confundido entre incontables artículos afirmando diferentes conclusiones. Otro de los graves inconvenientes que estamos encontrando es la mala comunicación por parte de gobiernos e instituciones, desde los políticos hasta la Organización Mundial de la Salud. En un mundo dominado por las telecomunicaciones es sorprendente, y frustrante, comprobar cómo los profesionales que deben mantener informados a los ciudadanos cometen errores de comunicación propios de principiantes. Y en tercer lugar, nuestra propia impaciencia como sociedad. No hemos aprendido aún que la ciencia se hace cada día, que es cambiante y que las certezas son un bien escaso. Hace tan solo unos meses ni siquiera conocíamos la existencia de este nuevo coronavirus y, de la noche a la mañana, ya exigimos saberlo todo. No hemos terminado de comprender que nuestro conocimiento del virus, sus modos de transmisión o los efectos que despliega en nuestro organismo, dependen de las investigaciones que se vayan realizando y que éstas van a cambiar, o incluso caer totalmente, conforme vayan llegando nuevos descubrimientos. La sociedad demanda algo cierto e inamovible, sin entender que la ciencia funciona precisamente al revés, cambiando y actualizándose constantemente.
La suma de estos tres elementos, exceso de información, mala comunicación y una urgencia social de respuestas definitivas sin aceptar de buena gana que se cambie de criterio, son los factores principales que han contribuido a la confusión de los últimos días sobre el modo de transmisión del SARS-Cov-2.
¿Cómo se transmite el virus?
Lo que sabemos en estos momentos mantiene en lo fundamental lo que se ha hecho público durante todos estos meses: El SARS-Cov-2 se ha demostrado como un virus de carácter respiratorio y su contagio se realiza principalmente entre personas a través de gotitas respiratorias y rutas de contacto directo. Las evidencias que tenemos en la actualidad son contundentes y numerosos estudios, desde diciembre de 2019 a junio de 2020, apuntan en la misma dirección. No ha cambiado.
También existen estudios (aunque es necesario ampliarlos y mejorarlos) que indican que el coronavirus puede resistir en algunas superficies, como plástico o acero, hasta tres días, aunque los expertos afirman que el riesgo de contagio por superficies es bajo. La higiene y el correcto lavado de manos siguen siendo imprescindibles en estas nuevas fases de la pandemia. Esto no ha cambiado.
La transmisión por gotitas ocurre cuando una persona está en contacto cercano con alguien que tiene síntomas respiratorios (por ejemplo, tos o estornudos) y, por lo tanto, corre el riesgo estar expuesto a gotitas respiratorias potencialmente infecciosas, a través de boca, nariz y ojos. Este asunto tampoco ha cambiado.
La confusión llega de la mano de un polémico estudio publicado en la revista PNAS que introduce un concepto más confuso, y seguramente más preocupante para la sociedad: la transmisión aérea. El estudio se titula “Identificada la transmisión aérea como la ruta dominante para la propagación del Covid19” y lo firman investigadores de diferentes centros estadounidenses, incluyendo al Nobel mexicano Mario Molina. La mayor diferencia que introduce este nuevo estudio es el concepto de “transmisión aérea”, un modo de transmisión ligeramente diferente a la transmisión por gotas, y que hace referencia al diámetro de las partículas expulsadas y la capacidad de permanecer en el aire durante periodos más largos de tiempo y transmitirse en distancias superiores.
¿Transmisión por gotas o transmisión aérea?
La OMS mantiene a día de hoy en su página web que la transmisión por gotas es el principal modo de contagio del virus. En un estudio que analiza más de 75.000 casos de pacientes contagiados por Covid19 en China no se encontró transmisión aérea. Sin embargo, la organización ha incluido recientemente varias actualizaciones que apuntan a que la transmisión aérea es posible en determinados entornos y situaciones, y se muestra abierta a considerar esa posibilidad siempre que se confirme con estudios revisados: “La OMS conoce estudios que han evaluado la presencia de de ARN de COVID-19 en muestras de aire, pero que aún no se han publicado en revistas revisadas por pares. Se necesitan más estudios para determinar si es posible detectar el virus COVID-19 en muestras de aire de habitaciones de pacientes donde no hay procedimientos o tratamientos de apoyo que generen aerosoles en curso”.
Los estudios que disponemos indican que la transmisión principal se realiza por gotas (estornudos, toses, o incluso en las gotas que salpicamos al hablar) pero no descarta que, en determinados ambientes cerrados y con poca ventilación, también exista transmisión aérea en la que el virus permanece en el aire durante más tiempo y consigue alcanzar distancias mayores. Así pues, la pregunta que muchos se hacen ahora sobre transmisión por gotas o transmisión aérea, es una disyuntiva muy engañosa porque olvida que pueden existir ambas transmisiones.
Ninguno de estos métodos de contagio cambia la manera de hacer frente al contagio, sino que la intensifica: uso obligatorio de mascarillas, aún más distanciamiento social e higiene escrupulosa. La transmisión aérea del coronavirus implica que guardar las distancias, como método único para hacer frente a la pandemia, es insuficiente. En los próximos meses contaremos con más y mejores estudios, mientras tanto, las formas de contagio que conocemos hasta ahora tan solo nos indican que se deben intensificar las medidas de protección. Los países que aún no han implementado el uso obligatorio de las mascarillas deben hacerlo cuanto antes.
FUENTE: YAHOO