El pintor y grabador Víctor Humareda nació en Lampa (Puno) el 6 de marzo de 1920 y falleció en Lima el 21 de noviembre de 1986.
En 1963 ingresó a la escuela nacional de Bellas Artes entre 1939 y egresó 1947. José Sabogal y Ricardo Grau fueron sus maestros, quienes le enseñaron la importancia del color como valor estético.
En 1950 viajó becado a Buenos Aires para estudiar dos años en la escuela Ernesto de la Cárcova, bajo las orientaciones de Alfredo Guido, Larrañaga y Soto. Dos años después toma la decisión de “vivir de la pintura y para la pintura”.
Viajó por corto tiempo a Europa y a su retorno a Lima se hospeda en la habitación No. 283 del Hotel “Lima”, ubicado en la zona de La Parada en el distrito de La Victoria. Víctor era un solitario que prefería la compañía de mujeres de burdel.
Los temas de sus obras eran los barrios tugurizados, peleas de gallo, corrida de toros de octubre, payasos pensativos, desnudos, danzas, calaveras y máscaras, escenas callejeras y nocturnas de los bajos fondos, cantinas y boites.
Con el fin de divulgar su obra, así como contribuir a la difusión educativa y cultural del arte peruano, el 27 de Agosto de 1993, sus amigos y admiradores crearon la “Fundación Víctor Humareda Gallegos”.
Acerca de su obra el crítico Luis Felipe Tello dice lo siguiente: “En Víctor Humareda se da el caso poco frecuente en nuestro medio artístico de una continuidad de concepto y de estilo, que confiere a su lenguaje plástico personalidad y carácter de permanencia. La originalidad de la obra de Humareda ha permitido que más de un crítico se haya ocupado de su interpretación, encontrándose entre las más significativas apreciaciones la siguiente: la pintura de Humareda es de imágenes a veces tétricas, siempre burlonas, con manos crispadas, con rostros transidos por la angustia del dolor, del hambre, de la incertidumbre, imágenes expresadas con violencia, con sinceridad, con el alma volcada en el lienzo, matizadas con los colores de su paleta, colores muy suyos, de tonos sordos: sirenas, verdes olivos oscuros, sobre los que, de repente, una que otra nota de color, vibrante, genial, rompe la lobreguez del cuadro”.