Panetón y chocolate, además de la “grati” representan asociaciones mentales con la Navidad. Pero el patrimonio –aquello que de la cultura va quedando y se va transmitiendo– navideño es mucho más diverso y variopinto. Y sorprendente en algunos quiebros y requiebros, como suele ser habitual en la historia de la cultura, poco respetuosa con los datos estrictos, poco cuidadosa con la fidelidad a los orígenes.
Así, la figura de ese gordito simpático que escala balcones y trae regalos, esa figura de risa –digámoslo abiertamente– un poquito estúpida, ese Santa Claus, Papá Noel o como lo queramos llamar, fue hace unos 17 siglos nada menos que un digno obispo en lo que hoy es Turquía, llamado San Nicolás –de Bari, añaden los entendidos, aunque nunca soñó siquiera en arribar a esa ciudad en Italia, a la que luego de siglos unos comerciantes llevaron sus restos–; un hombre, según cuentan las crónicas y leyendas –que tampoco se distinguen mucho entre sí– dadivoso, magnánimo, amigo de ayudar a gentes en apuros y sobre todo a niños y jóvenes.
Durante siglos fue él quien cada 6 de diciembre (o la noche anterior) traía los regalos a los niños. Y todavía hoy, en esa noche, en las calles de las ciudades alemanas se ve a “santaclauses” yendo de casa en casa para regalar a los niños. Se ‘recursean’ así, representando al santo, estudiantes un poco “misios”, vestidos a menudo de obispo, con mitra y báculo. Pero en el siglo XIX alguien en Estados Unidos escribió un poema en que viajaba en trineo con sus renos y entraba por las chimeneas.
Ya solo bastaba vestirlo de rojo y blanco y adiós San Nicolás y voilà Santa Claus, a quien los holandeses habían transferido al Nuevo Mundo y lo habían nominado para patrono de Nueva Ámsterdam, hoy Nueva York. Luego, con la antipatía de los luteranos hacia los santos, el pobre San Nicolás dejó de ser quien traía los regalos.
Así son las cosas en la historia de la cultura. Y podríamos seguir con otros personajes. Si usted cree ser un buen lector de la Biblia, recuerde rápidamente si allí se acercan a Belén tres reyes magos. O si por algún lugar aparecen la mula –o el asno– y el buey. Y, probablemente está convencido de que eso del árbol de Navidad tiene unos orígenes poco cristianos. Pues ni se habla de tres ni de reyes, solo de magos. Y sí, el asno y el buey aparecen en la Biblia, aunque no junto al pesebre. ¿Y el árbol? Bueno, esas son otras historias.