Estonia, Letonia y Lituania formaban parte de la Unión Soviética (URSS) hasta su colapso en 1991. En sus puertos amarraban submarinos rusos; sus bosques escondían plantas nucleares; y en sus hoteles a orillas del mar báltico veraneaba la cúpula del Partido Comunista. Trece años después, cuando la decadencia lo engullía todo, estas tres repúblicas entraron a formar parte de la Unión Europea (UE). Con este giro hacia Occidente se alejaron del pasado comunista, pero este año 2019 sobre las repúblicas bálticas –especialmente Estonia— se ha vuelto a extender la sombra de Rusia, esta vez para convertirlas en escenario del mayor caso conocido hasta el momento de lavado de dinero ruso en Europa. Una máquina de blanqueo de más de 200.000 millones de euros a través de filiales de bancos nórdicos. “Es inmenso”, asegura sobre el caso en una conversación telefónica Maira Martini, investigadora en Transparencia Internacional (TI). La cifra representa más de siete veces el PIB de Estonia.
Un fraude “inmenso” que llevó el pasado 25 de septiembre a medio centenar de policías y voluntarios a batir los bosques alrededor de Pirita, a las afueras de Tallin, la capital estonia. Se buscaba a uno de los banqueros más relevantes del país (de 1,3 millones de habitantes), desaparecido 48 horas antes. Aivar Rehe, de 56 años, había salido dos días antes de su casa sin cartera ni teléfono móvil. Nunca más regresó y aquella fría mañana de septiembre, la policía encontró su cadáver en las inmediaciones de su casa sin signos de violencia. El suceso —tratado como un suicidio y sobre el que las autoridades decidieron no abrir una investigación— conmocionó al país y los medios de comunicación más reputados a nivel internacional publicaron la noticia. ¿Por qué tanta expectación?
Rehe era el presidente de la filial del banco danés Danske Bank en Estonia y se había convertido en una pieza fundamental, quizás la última, para arrojar luz en el mayor escándalo de lavado de dinero ruso en la UE. “La sucursal [de Danske Bank] operaba una cartera enorme de ciudadanos no residentes [extranjeros] que realizaban un volumen considerable de pagos”, afirma un informe de TI de agosto de 2018 en el que cifra en un 35% las ganancias de la filial generadas mayoritariamente por clientes rusos tan solo en 2012. “Esto debería haber llamado la atención de las autoridades supervisoras”, pero “el banco nunca hizo el trabajo de denunciar el origen sospechoso de las transacciones”, señala Martini, autora del informe.
Pese a varias investigaciones de ONG centradas en la corrupción, no se produjeron pesquisas oficiales hasta 2018, año en el que Danske Bank se vio obligada a admitir que entre 2007 y 2015 se hicieron “transacciones sospechosas” a sus filiales en Estonia por un valor total de 200.000 millones de euros. Una cantidad equivalente al PIB de Nueva Zelanda o Qatar. Rehe, en una entrevista meses antes de morir, afirmó sentirse “responsable”, aunque no llegó a estar imputado. “El banco claramente no cumplió con su responsabilidad. Es decepcionante e inaceptable”, señaló el jefe de la entidad, Ole Andersen, en un comunicado de septiembre de 2018 y al que remiten a la prensa. La entidad reconoce también que “no hay duda de que los problemas relacionados con la filial estonia fueron mucho mayores de lo previsto”.
Ante semejante confesión por parte de Danske Bank, las autoridades estonias y danesas —e incluso comunitarias y estadounidenses— iniciaron sus propias investigaciones, que provocaron la dimisión de Thomas Borgen, que estaba al frente de la entidad con sede en Copenhague. También renunciaron otros nueve directivos. “Está claro que Danske Bank no ha cumplido con su responsabilidad en el caso de un posible lavado de dinero en Estonia. Lamento profundamente lo ocurrido”, señaló en un sobrio comunicado en el que asumió su “responsabilidad” y aseguró que tenía claro que dimitir era “lo correcto”. El banco perdió la mitad de su valor en tan solo un mes, entre febrero y marzo de 2018.
El Proyecto de Denuncia de la Corrupción y el Crimen Organizado (OCCRP, por sus siglas en inglés), la organización que filtró el escándalo y que tiene gran penetración en Europa del Este, describe en una investigación cómo el dinero se ingresó en estas lavanderías “a través de un conjunto de compañías fantasma creadas en Rusia que existen solo sobre el papel y cuya propiedad no se puede rastrear”. Como aquí no se aplica el secreto bancario, las entidades “tienen la obligación de saber e identificar la procedencia del dinero que entra en sus cuentas”, añade Martini. En el caso de Danske Bank, sus dirigentes en Tallin parecían estar “ciegos” y no trasladaron las evidencias del origen sospechoso del dinero al supervisor nacional, insiste. Contactado varias veces, Kilvar Kessler, el supervisor bancario estonio, ha rechazado hablar con este diario.
Son cuatro los bancos nórdicos que se han visto involucrados en casos de lavado de dinero de dudosa procedencia en los países bálticos
La gigantesca bola de nieve del lavado de dinero se fue haciendo más grande hasta salpicar también a Suecia. Brigitte Bonnesen, presidenta de Swedbank, presentó su dimisión la primavera pasada por otro caso de lavado de dinero ruso en sus filiales bálticas cifrado en unos 5.500 millones de euros, lo que provocó una devaluación del 38% de las acciones de la entidad, según Bloomberg. Y el pasado 27 de noviembre, otro banco sueco, SEB Bank, admitió en un informe recogido por la prensa nórdica que en su filial estonia se lavaron unos 26.000 millones de euros entre 2005 y 2017. Ante los rumores previos a esta última investigación, las acciones de SEB Bank cayeron un 10%. Junto a la entidad Nordea, que suma alrededor de 700 millones de euros presuntamente blanqueados, ya son cuatro los bancos nórdicos utilizados como lavanderías de dinero ruso de dudosa procedencia en los países bálticos.
“Algunos países en el área del báltico son muy vulnerables al lavado de dinero, especialmente procedente de Rusia”, advertía el pasado enero en un comunicado Pedro Felicio, entonces experto de Europol en blanqueo. La persona que lidera ahora las investigaciones de Europol de este tipo de delitos ha declinado hablar con este diario.
Los expertos coinciden en que el pasado soviético de estas repúblicas, su cercanía geográfica —solo 300 kilómetros separan a Tallin de San Petersburgo—, el uso y conocimiento extendido del ruso (un 20% y un 25% de la población de Estonia y Letonia, respectivamente, lo hablan) son una clave para que los bálticos estén en la primera línea del lavado de dinero ruso en Europa.
Otra clave es que el blanqueo de dinero comenzó justo en los años posteriores a la entrada de estos países en la UE, en 2004. En ese momento, “los bálticos tenían menos experiencia y unos sistemas de control mucho más laxos que el resto de miembros de la UE, y los defraudadores lo aprovecharon” durante lustros, explica Martini. Era una oportunidad para posibles defraudadores o delincuentes ligados a Rusia, que aún tenía mucha influencia a nivel político y económico en las tres repúblicas bálticas.
El flujo de dinero negro procedente de Rusia no es nuevo. Bloomberg señala en el último número de QuickTake (julio–diciembre 2019) que desde el colapso de la URSS, la cuantía de dinero de “dudoso origen” que ha salido de Rusia asciende a 800.000 millones de euros, algo menos que el PIB de Países Bajos. Pero el uso de bancos nórdicos para blanquear sí representa, en cambio, una novedad para las autoridades comunitarias.
Pese a que nadie ha sido juzgado o encarcelado hasta el momento, el escándalo ha supuesto una llamada de atención en Bruselas y Fráncfort, sede del Banco Central Europeo, y ha abierto un debate sobre la necesidad de mejorar los controles para identificar y atajar de manera conjunta crímenes económicos, especialmente el lavado de dinero.
La UE no cuenta con una única agencia dedicada a detectar los fraudes. Lo que hay es un supervisor centrado en mantener la estabilidad de los bancos. Así que casi toda la responsabilidad de posibles fraudes recae en los supervisores bancarios nacionales, lo que dificulta investigaciones que necesitarían de una coordinación de varios países. Prueba de ello es que las autoridades danesas y las estonias continúan acusándose mutuamente del escándalo en sus filiales estonias, mientras la investigación sigue abierta.
OTROS ESQUEMAS FRAUDULENTOS
Desde su entrada en la UE y, por tanto, su exposición a un control más estricto, Letonia y Lituania han sufrido también graves casos de lavado de dinero ruso a través de sus bancos, o de filiales de bancos extranjeros en su territorio. En el caso de Lituania (conocido como Troika Laundriomat), el esquema del fraude era parecido al de Estonia, pero involucraba a otras compañías intermediarias y también al propietario de UKIO Bankas. “Ahora está perseguido por las autoridades del país, pero según algunas informaciones periodísticas, se encuentra huido en Rusia”, desvela Maira Martini, experta de Transparencia Internacional. “UKIO Bankas tenía una grandísima cartera de clientes no-residentes [extranjeros] en comparación con su tamaño”, asegura. Algo que resulta a todas luces sospechoso.
En Letonia, el esquema de lavado de dinero era diferente al de Estonia porque casi siempre intervenía un ciudadano o una empresa de Moldavia, según el OCCRP. “Muchos bancos no hacían su trabajo [de averiguar de dónde venían los ingresos]. Pero parece que ahora han puesto orden y que han reforzado el sistema supervisor” en Lituania, concluye Martini.
FUENTE: EL PAÍS