Era un funcionario del Gobierno ruso, uno bueno, que entró en la Administración años atrás y fue escalando posiciones hasta llegar al corazón del poder en Moscú: la oficina presidencial del Kremlin. Pero no era uno más. En algún momento, décadas atrás, los servicios de inteligencia estadounidense lo reclutaron como informante y, al llegar 2016, se convirtió en una fuente clave del tal vez mayor escándalo desde la Guerra Fría: la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales de EE UU, con el ánimo de favorecer la victoria de Donald Trump frente a Hillary Clinton. Conforme el caso de la trama rusa fue creciendo, la prensa empezó a hacer preguntas sobre la investigación de la CIA y sus fuentes. A la agencia le entró nerviosismo y en 2017 sacó de Rusia al agente, hoy de identidad y paradero desconocido. Desconocido, al menos, oficialmente.
La cadena de televisión CNN avanzó la noticia el pasado lunes y fuentes anónimas de esta Administración y la pasada fueron confirmando detalles de la operación, material de primera para cualquier novela espionaje. Cuando la CIA planteó a su informante la conveniencia de desaparecer del mapa, tras años de servicios, el funcionario lo rechazó alegando cuestiones familiares. Semejante negativa ante tanto riesgo, según The New York Times, llevó a los servicios de inteligencia a sospechar que su hombre había podido ser descubierto en algún momento y se había convertido en agente doble. El material que les acababa de proporcionar resultaba tan importante que, además, revisaron la veracidad de todo lo que les había filtrado hasta entonces. Meses después, acabó aceptando la oferta de huir de Rusia.
Este martes, el Kremlin confirmó que el supuesto colaborador de Washington había trabajado en la presidencia, pero sin acceso directo a Vladímir Putin. El periódico ruso Kommersant publicó incluso el nombre del supuesto espía, pero el portavoz del Gobierno ruso, Dmitri Peskov, respondió que ese, en concreto, había sido despedido entre 2016 y 2017. En julio de este último año, en plenas vacaciones familiares en Montenegro, el funcionario se esfumó, según dicha publicación. El Comité de Investigación Ruso, una fuerza policial de ámbito nacional, abrió una investigación por asesinato tras la desaparición de este ciudadano y su familia. Según la cadena de televisión pública rusa RT, citada por The Washington Post,el supuesto agente, casado y con tres hijos, había trabajado en la embajada rusa de la capital estadounidense antes de 2010. Con sorna, Peskov señaló también que no podía confirmar que se tratase de un agente de los americanos. “Toda esta especulación de los medios estadounidense sobre quién lo extrajo y sobre quién salvó a es más del género del cómic, de literatura de intriga, así que dejémoselo a ellos”.
La revelación de la identidad de esta persona supone un peligro para su vida, como han recordado este lunes distintas fuentes de la Administración. La suerte de Serguéi Skripal, el exespía ruso que acabó colaborando para la inteligencia británica, está muy reciente en la memoria: en marzo de 2018 él y su hija, Yulia, fueron envenenados por un agente químico, en un intento de asesinato que Bruselas y Washington achacaron al Kremlin. La Administración de Donald Trump echó a 60 diplomáticos como represalia y varios países de la UE lo hicieron con otros tantos. En Estados Unidos aquella fue la segunda gran ronda de expulsiones de diplomáticos rusos en año y medio, después precisamente, de la de diciembre de 2016, en los últimos días de la era Obama, a cuenta de la injerencia en las elecciones presidenciales, que Moscú siempre ha negado.
En este contexto, la sintonía que Trump muestra respecto a Putin ha causado estupefacción en Washington, tanto entre los rivales demócratas como entre los propios republicanos. El mandatario estadounidense llegó a dar la misma credibilidad al presidente ruso que a sus servicios de inteligencia en su cumbre de julio de 2018 —aunque luego matizó sus palabras— y mantuvo, para estupor de los viejos funcionarios de inteligencia, una reunión a solas con él. Mientras el neoyorquino expresa agrado, el Congreso aprueba sanciones contra el Kremlin. Mientras, los agentes de inteligencia advierten de nuevos intentos de injerencia por parte de Rusia en las próximas elecciones de 2020. Al sacar a su informante de Rusia en 2017, los norteamericanos perdieron una buena fuente, pero probablemente no la única.