“¿Es necesario repetirle que estoy orgulloso de luchar por una película como Los olvidados?” Esas son las palabras con las que termina una carta fechada el 11 de abril de 1951, pocos días después de que el cineasta de origen español, Luis Buñuel, sorprendió al Festival Internacional de Cine de Cannes con una de las películas más duras paridas por la cinematografía mexicana.
El autor de la misiva no es otro que el premio Nobel Octavio Paz, quien fue uno de los promotores más aguerridos de la película en suelo francés y mexicano. El laureado poeta asistió a la primera función de la cinta en el certamen, en su texto dirigido a Buñuel narra las primeras reacciones suscitadas en el lugar.
“Ayer el teatro estaba lleno, como en sus grandes días. Algo iba a pasar. Distribuimos a nuestros amigos estratégicamente. Pero no hubo batalla. La película ganó al público aunque –claro está– parece que hay inconformes: los ‘refinados’ y algún grupo comunista (esto último no lo puedo asegurar, aunque me dicen que Sadoul encontró el filme demasiado ‘negativo’ e ‘inutilizable’)”.
“El público aplaudió varios fragmentos: el del sueño, la escena erótica entre el Jaibo y la madre, la del pederasta y Pedro, el diálogo entre Pedro y su madre, etc. Al final, grandes aplausos. Pero, sobre todo, una profunda, hermosa emoción. Hubo un momento –cuando el Jaibo quiere sacarle los ojos a Pedro– que algunos sisearon. Fueron callados por los aplausos”, narra Paz en el texto, incluido en la recopilación Luis Buñuel: el doble arco de la belleza y de la rebeldía.
Han pasado casi 68 años de esa función, este 2019 el largometraje regresará a la costa francesa para presentarse en el festival gracias a la Filmoteca de la UNAM, el archivo fílmico más importante de Latinoamérica resguarda el negativo original de la cinta y presentará su versión restaurada en la sección Cannes Classics.
Paz fue uno de los primeros en reconocer el valor del trabajo del director ibérico, así se aprecia en el ensayo El poeta Buñuel –fechado el 4 de abril de 1951 e incluido en el libro Las peras del olmo– donde apunta: “Buñuel construye una película en la que la acción es precisa como un mecanismo, alucinante como un sueño, implacable como la marcha silenciosa de la lava”.
“La más rigurosa economía artística rige a Los olvidados. A mayor condensación corresponde siempre una más intensa explosión. Por eso es una película sin ‘estrellas’; por eso, también la discreción del ‘fondo musical’, que no pretende usurpar lo que en el cine la música le debe a los ojos; y finalmente, el desdén por el color local. Dando la espalda a la tentación del impresionante paisaje mexicano, la escenografía se reduce a la desolación sórdida e insignificante, más siempre implacable, de un paisaje urbano”.
“Quizá sin proponérselo, Buñuel descubre en el sueño de sus héroes las imágenes arquetípicas del pueblo mexicano: Coatlicue y el sacrificio. El tema de la madre, que es una de las obsesiones mexicanas, está ligado inexorablemente al de la fraternidad, al de la amistad hasta la muerte. Ambos constituyen el fondo secreto de esta película”, apuntó el poeta.
Desde su concepción, el proyecto de Los olvidados encontró reticencia en México. Buñuel cuenta en Mi último suspiro, su autobiografía, cómo el equipo de producción trabajó diligentemente, igual a sus otras filmaciones, aunque siempre con cierta animadversión.
“De todos modos, el equipo entero, aunque trabajando muy seriamente, manifestaba su hostilidad hacía la película. Un técnico me preguntaba, por ejemplo: ‘Pero, ¿por qué no hace usted una verdadera película mexicana , en lugar de una película miserable como ésa?’ Pedro de Urdemalas, un escritor que me había ayudado a introducir expresiones mexicanas en la película, se negó a poner su nombre en los títulos de crédito”.
“Estrenada bastante lamentablemente en México, la película permaneció cuatro días en cartel y suscitó en el acto violentas reacciones… Sindicatos y asociaciones diversas pidieron inmediatamente mi expulsión (del país). La Prensa atacaba a la película. Los pocos espectadores salían de la sala como de un entierro”.
“Al término de la proyección privada, mientras que Lupe, la mujer del pintor Diego Rivera, se mostraba altiva y desdeñosa, sin decirme una sola palabra, otra mujer, Berta, casada con el poeta español León Felipe, se precipitó sobre mí, loca de indignación, con las uñas tendidas hacia mi cara, gritando que yo acababa de cometer una infamia, un horror contra México” recordó en sus memorias el artista español.
La percepción mexicana cambió después de la proyección de la cinta en Cannes, meses después de su estreno nacional, donde obtuvo el Premio a Dirección de ese año. La férrea defensa de Octavio Paz impulsó el apoyo europeo a la película, aunque algunas voces mexicanas siguieron reprobando su existencia: “En París, con ocasión de las proyecciones privadas, otro adversario de la película fue el embajador de México, Torres Bodet, hombre cultivado que había pasado largos años en España e, incluso, había colaborado en la Gaceta Literaria. También él estimaba que Los olvidados deshonraba a su país”, puntualizó el cineasta.
“Tras el éxito europeo, me vi absuelto del lado mexicano. Cesaron los insultos y la película se reestrenó en una buena sala de México, donde permaneció dos meses”.
Buñuel, a pesar de los ataques, nunca pensó que su trabajo mirara de manera desdeñosa al país y la gente que lo había adoptado, ni mostraba arrepentimiento por cuadro alguno de la película: “Yo no tenía más que una tristeza, una vergüenza, el subtítulo que los distribuidores de la película creyeron oportuno añadir al título: Los olvidados, o Piedad para ellos. Ridículo.”
Hoy día Los olvidados es considerada un clásico de la cinematografía mundial. En la encuesta The Greatest Films of All Time, realizada en el 2012 entre la crítica especializada por la prestigiosa revista Sight & Sound, la cinta se ubicó en el lugar 110 y en el sitio Internet Movie Database (IMDB, por sus siglas en inglés) los usuarios la sitúan a como una de las 50 mejores películas mexicanas de la historia.