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Ennio Morricone se despide de España con tres conciertos

Publicado el 10/05/19

Hemos sido unos afortunados. Ennio Morricone, indiscutible genio musical responsable de algunas de las bandas sonoras cinematográficas más memorables de los últimos sesenta años, ha incluido España en su ‘The Final Concerts World Tour’, gira internacional tras la que se retirará.

El compositor, que a sus 90 años sigue dando guerra, ha logrado trascender ante crítica, público y academia, y eso que a estos últimos no le dieron una estatuilla hasta la honorífica en 2007, que el mismísimo Morricone se encargaría de refutar con un primer Oscar específico nueve años después por su trabajo en ‘Los odiosos ocho’ (Quentin Tarantino, 2015).

Tras anunciar el concierto del 8 de mayo en el WiZink Center de Madrid, y agotar las 12.500 entradas en unas horas, se confirmaron dos nuevas fechas, el 4 de mayo en el Bilbao Exhibition Center y el 7 en el citado Palacio de los Deportes madrileño que, de nuevo, volvió a vender entradas hasta abarrotar el recinto de aficionados dispuesto a sentir con la música del italiano.

Y es que Morricone es pasión en estado puro. Hijo de trompetista, el joven Ennio sintió desde pequeño una relación especial con la música. No tardó en convertirse en arreglista de músicos más conocidos hasta que, a inicios de los 60 descubrió en la composición de bandas sonoras su nueva obsesión.

Dedicado casi en exclusiva a la creación de partituras para cine desde entonces, su carrera supera los 500 títulos, algo a lo que solo ha podido llegar a costa de un concienzudo y metódico método de trabajo que, según él mismo reconoce, le ha apartado demasiado tiempo hasta de su familia.

Ahora, con 90 años y retirado de la composición desde la partitura para ‘La correspondencia’ (Giuseppe Tornatore, 2016), se despide de su público en los escenarios con una extensa gira que terminará en un glorioso concierto en Roma.

Como no podía ser de otra manera, la elección de los temas interpretados en estas veladas ha sido “muy Morricone”, es decir, el genio italiano ha realizado una selección de lo que él realmente considera brillante de su obra, obviando éxitos de taquilla, relevancia popular o gustos ajenos a su persona. Una opción arriesgada para cualquier mortal, pero una nueva muestra de que Morricone es un fenómeno en sí mismo, una leyenda capaz de acertar con sus propias ideas hasta lograr que el público, que entró al espectáculo con una lista en mente de melodías imprescindibles que nunca fueron interpretadas, abandonase los recintos con rostros de lacrimosa emoción.

Todo comenzó con el ‘The Strength of the Righteous’ de ‘Los intocables de Eliot Ness’ (Brian De Palma, 2987), una más que efectiva manera de recordar a los allí presentes la magnitud de lo que estaban a punto de presenciar.

No tardó en demostrar que el que elegía el repertorio era él con dos bellos y desconocidos temas de ‘La tienda roja’ (Mikhail Kalatozov, 1969), para más tarde reencontrarse con una audiencia entregada al recuperar la música de ‘Novecento’ (Bernardo Bertolucci, 1976) y el primer guiño a nuestro cine interpretando su partitura para ‘¡Átame!’ (Pedro Almodóvar, 1989).

La bellísima ‘Ostinato ricercare per un’immagine’ fue lo más cerca que estuvimos de oír algo similar a su glorioso trabajo para ‘Érase una vez en América’ (Sergio Leone, 1984) pero, por suerte para los asistentes con sombrero de vaquero, poco a poco los acercábamos a Leone.

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Tras la presentación de la soprano Susanna Rigacci en un segmento de ‘Nostromo’, la adaptación televisiva de la novela de Joseph Conrad, comenzó a sonar la armónica de ‘Hasta que llegó su hora’ (Sergio Leone, 1968) y, sin dejar el spaghetti western, llegó el turno de los tres temas de ‘El bueno, el feo y el malo’ (Sergio Leone, 1966) que obligaron a muchos a desempañarse las gafas, especialmente con el apoteósico final de ‘L’estasi dell’oro’.

Veinte minutos de descanso después, en los que los programas del concierto volaron de los puntos de venta, Morricone volvió al escenario con ‘L’ultima diligenza di Red Rock’, el maravilloso tema con el que abre ‘Los odiosos ocho’ (Quentin Tarantino, 1967).

La siguiente parada, centrada en el cine social, tuvo como protagonista a la portuguesa Dulce Pontes, voz indispensable en las canciones interpretadas en esta parte del repertorio en la que se escucharon temas de ‘La luz prodigiosa’ (Miguel Hermoso, 2003), ‘La batalla de Argel’ (Gillo Pontecorvo, 1966), ‘Sacco y Vanzetti’ (Giuliano Montaldo, 1971), ‘Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha’ (Elio Petri, 1970), ‘Sostiene Pereira’ (Roberto Faenza, 1996), ‘La clase obrera va al paraíso’ (Elio Petri, 1971), ‘Corazones de hierro’ (Brian De Palma, 1989) y ‘Queimada’ (Gillo Pontecorvo, 1969).

Antes de empezar los bises, el espectáculo central terminó con las bellas ‘Gabriel’s Oboe’, ‘Falls’ y ‘On Earth as It Is in Heaven’ de ‘La misión’ (Roland Joffé, 1986), reconocibles melodías que no podían faltar junto a los dos temas interpretados acto seguido de la banda sonora de ‘Cinema Paradiso’ (Giuseppe Tornatore, 1988).

Los dos bises finales, por algún motivo, fueron la repetición de la corta versión para concierto del ‘L’estasi dell’oro’ con Rigacci y ‘La luz prodigiosa’ junto a Pontes, algo que puede que saque a más de uno de la sensación de estar viviendo algo único y que bien podría haberse convertido en melodías no interpretadas, pero Morricone es Morricone y solo él puede prescindir en su espectáculo de sus magistrales composiciones para ‘La cosa’, ‘Días del cielo’, ‘El gran silencio’, ‘Mi nombre es Ninguno’, ‘El pájaro de las plumas de cristal’, ‘Dos mulas y una mujer’ y, por supuesto, ‘Érase una vez en América’.

No hay nadie como Ennio Morricone, pero tenemos la suerte de poder disfrutarlo para siempre a través de una obra irrepetible.



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