Cuando el presidente Trump haga su primer viaje a Latinoamérica para participar en la Cumbre de las Américas del 13 de abril en Lima, Perú, podría cometer un error garrafal: acaparar los titulares como el crítico más duro del dictador venezolano Nicolás Maduro.
Eso es exactamente lo que más quisiera Maduro: que Trump –quien según las encuestas es el presidente estadounidense más impopular en América Latina de la historia reciente– se convierta en el líder regional de la causa por la democracia en Venezuela.
Si Trump hace eso, Maduro lo usará como munición propagandística para su narrativa de que el desastre humanitario de Venezuela es el resultado de una supuesta “agresión yanqui”, en lugar de ser producto de su desastrosa gestión.
La Cumbre de las Américas del 13 al 14 de abril será clave para el futuro de Venezuela, entre otras cosas porque tendrá lugar poco antes del fraude electoral que Maduro está cocinando para el 20 de mayo.
El tema oficial de la cumbre será la lucha contra la corrupción. Irónicamente, Perú, el país anfitrión, está intentando salir de su más reciente crisis política por temas de corrupción. El ex presidente Pedro Pablo Kuczynski renunció el 21 de marzo tras nuevas acusaciones en el escándalo de corrupción de Odebrecht.
El nuevo presidente peruano, Martín Vizcarra, ha mantenido la decisión de su predecesor de no invitar a Maduro a la cumbre. Sin embargo, el presidente venezolano ha prometido aparecer en la reunión “llueva o truene”.
A juzgar por lo que escuché de fuentes diplomáticas y líderes de la oposición venezolana, la Cumbre considerará una declaración que expresaría la “grave preocupación” de la región por la situación en Venezuela, y pediría sanciones regionales contra el régimen de Maduro.
Pero es probable que esa declaración sea aprobada como un acuerdo paralelo de Estados Unidos, México, Brasil y otros países, en lugar de como parte de la declaración final de la cumbre. La declaración final debe ser aprobada por consenso, y países como Cuba y Bolivia ya han declarado que se opondrán a cualquier condena a Maduro.
Los líderes de la oposición venezolana están pidiendo que las democracias de la región incluyan los siguientes puntos en su declaración sobre Venezuela:
▪ Un compromiso de no aceptar los resultados de las fraudulentas elecciones venezolanas del 20 de mayo. Maduro, que se postula para la reelección, ha prohibido que los líderes de la oposición y los principales partidos opositores participen en la contienda.
▪ Un acuerdo para intensificar las sanciones individuales contra altos funcionarios venezolanos. Estados Unidos y Canadá ya han ordenado congelar los fondos y anular visas de entrada de altos funcionarios del régimen de Maduro, pero la mayoría de los países latinoamericanos aún no lo han hecho.
▪ Un plan para establecer un fondo de apoyo internacional para los refugiados venezolanos en Colombia, Brasil y otros países. Más de 2,5 millones de venezolanos han huido de Venezuela en los últimos años.
La Cumbre sera un momento clave para el futuro de Venezuela, porque el tiempo podría estar corriendo a favor de Maduro. Será la mejor –y quizás la última– oportunidad para que América Latina presione seriamente a Maduro para restaurar la democracia en Venezuela.
En los próximos meses, habrá elecciones en Brasil, Colombia y México, que podrían cambiar el mapa político de la región. En México, por ejemplo, una victoria del líder izquierdista Andrés Manuel López Obrador –que está primero en las encuestas– en las elecciones del 1 de julio casi seguramente resultaría en una postura menos crítica de ese país hacia el régimen de Maduro.
¿Qué hará Trump en la cumbre? Ojalá pueda resistir la tentación de colocarse en el centro del escenario de la crisis venezolana. Eso solo ayudaría a alimentar el relato de Maduro de que la crisis de Venezuela es producto de una confrontación entre Estados Unidos y Venezuela, en lugar de ser el resultado de una de las dictaduras más corruptas, ineptas y represivas de la historia reciente de América Latina.
Trump debería acompañar, quizás incluso liderar desde atrás, pero nunca convertirse en el líder de los esfuerzos diplomáticos para restaurar la democracia en Venezuela.