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Muere John Gavin, actor de Hollywood

Publicado el 10/02/18

El estadounidense John Gavin fue en vida Pedro Páramo, uno de los personajes de ficción más populares de México. El actor angelino protagonizó en 1967, junto a Ignacio López Tarso, la fallida adaptación del clásico de Juan Rulfo, cuyo guion tuvo tratamientos escritos por Carlos Fuentes. A lo largo de su carrera en Hollywood, Gavin desfiló ante el lente de directores como Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick y Douglas Sirk. Todo antes de saltar a la política y convertirse en un polémico embajador estadounidense en México. Este viernes, John Gavin falleció en Beverly Hills. Tenía 86 años.

“Un triste día. Mi gran amigo John Gavin murió esta mañana. Uno de los mejores hombres que he conocido y (que fue) como un hermano para mí. Descanse en paz”, dijo en Twitter el cineasta William Friedkin, director del clásico de terror El Exorcista.

Gavin, nacido con el nombre de John Anthony Golenor en 1931, fue un angelino de quinta generación. Su padre tenía sangre chilena y su madre había nacido originalmente en México en una familia de clase media alta. Los asuntos latinoamericanos siempre le interesaron. Cuando ingresó a la universidad de Stanford se decantó por los estudios económicos y políticos de la región, auxiliado por su dominio fluido del español y el portugués.

Tras un paso de cuatro años por el ejército, el destino de Gavin parecía estar apuntando hacia la política. Pero la vida lo obligaría a dar un largo rodeo que pasaría por la actuación. Llegó a esta actividad por motivos puramente azarosos. Un amigo de la familia estaba trabajando en un drama ambientado en la guerra y Gavin ofreció su conocimiento para asesorar a la producción como experto. Su rostro de galán, en cambio, hizo que los productores le pidieran unas pruebas frente a la cámara para Universal. Dudó, pero la suma de dinero que le ofrecían era demasiada como para resistirse. En 1956 hizo su debut en Raw Edge, una cinta sobre un forajido en el salvaje Oeste.

Tres años después, su carrera en el cine comenzaba a despuntar. Ganó el Globo de oro a la mejor revelación masculina por A Time to Love and a Time to Die (1958), de Douglas Sirk. Era la primera cinta que protagonizaba. Su papel de un soldado alemán que se enamoraba a de una huérfana a la que debía de abandonar para volver al frente de batalla en la Segunda Guerra mundial le generó buenas críticas. La buena prensa hizo que Sirk lo incluyera con un rol secundario en su siguiente proyecto, Imitation of life (1959), un intenso drama junto a Lana Turner.

Las películas dirigidas por Sirk le dieron mucha notoriedad a Gavin. En 1960, aterrizó en un plató que daría al mundo uno de sus mayores clásicos de suspenso. Alfred Hitchcock lo dirigió en un pequeño papel en Psycho. Gavin interpretó a Sam Loomis, el amante de Marion Crane (Janet Leigh). Ese mismo año, filmó con otro problemático genio británico: Stanley Kubrick. Encarnó a Julio César en la épica adaptación de Espartaco, ganadora de cuatro premios de la Academia estadounidense.

Esos fueron los papeles más conocidos de la carrera de Gavin. A inicios de la década de los 70, una intensa negociación de United Artists evitó que su rostro se hiciera popular en todo el planeta. El estudio lo contrató para ser James Bond, el famoso agente 007 en tres películas –iniciando en Diamantes para la eternidad– después de que el escocés Sean Connery rechazara volver a interpretar al espía después de cinco cintas. Finalmente, Connery cambió de opinión ante una millonaria oferta económica. Gavin se dedicó a explotar una carrera en televisión hasta que saltó a la política en 1981.

Otro actor ayudó a lanzar la carrera diplomática de Gavin. Ronald Reagan, el presidente 40 de Estados Unidos, lo nombró embajador en México en 1981. Ambos se conocían de décadas antes, cuando eran actores empleados por Universal. Su encargo en la embajada, una obligación que tuvo hasta 1986, causó molestias en los círculos de la alta política mexicana. Muchos sectores locales lo consideraban un diplomático imprudente con poco tacto en un momento en el que los mexicanos comenzaban a fisurar el sistema monolítico del PRI.

“Se ganó la hostilidad del Gobierno de Miguel de la Madrid y de amplios sectores de opinión que le reprocharon las críticas que hacía repetidamente al sistema político… No faltó quien pidera su expulsión por injerencista y grosero”, escribió la internacionalista Soledad Loaeza.

Gavin, por ejemplo, tuvo que presionar al Gobierno mexicano ante el agravio que significó el asesinato en territorio nacional de Enrique Kiki Camarena, un agente de la DEA (la oficina anti drogas de Estados Unidos). El policía fue secuestrado y asesinado por capos del cártel de Guadalajara, Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Gavin se convirtió en una vehemente voz para que la Administración de De la Madrid hiciera algo por combatir al narcotráfico. México soportó la humillación y abrió la puerta a un gran despliegue de fuerza que auxilió a capturar a los responsables del crimen. Es probable que a Reagan haya visto con muy buenos ojos el papel de Gavin en México. Cuando lo nombró embajador le dijo: “Si no te atacan por lo menos una vez al mes sentiré que no estás haciendo tu trabajo”.



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