La razón es que Venezuela ha entrado en una nueva etapa de declive económico: la hiperinflación. Si bien el país ha tenido las tasas de inflación más altas del mundo en los últimos años, técnicamente hasta ahora no había llegado a la hiperinflación, que es cuando los precios suben más de 50 por ciento por mes.
Venezuela cruzó ese umbral en las últimas semanas, según varios de los principales economistas internacionales. Cuando los países llegan a la hiperinflación, el dinero pierde sentido, porque nadie sabe cuál es el precio de los bienes y servicios, y la economía se ve sumida en un caos total.
Alejandro Werner, jefe del departamento latinoamericano del Fondo Monetario Internacional, me alertó sobre el hecho de que “por primera vez, la economía venezolana ha entrado en territorio hiperinflacionario a fines de 2017”. El FMI pronostica que habrá una tasa de inflación acumulada de casi 2.400 por ciento en 2018, con una disminución en el producto interno bruto del país de más del 10 por ciento.
“Eso significa que, si se materializan estos pronósticos, la economía de Venezuela al cierre de 2018 va a ser menos de la mitad de lo que era hace cuatro o cinco años”, me dijo Werner. “Habrá una contracción acumulada de casi el cincuenta por ciento”.
Agregó que, “obviamente, la profundización de los problemas económicos va a dar lugar a todavía mayores caídas de los estándares de vida, a mayores problemas de salud, a más epidemias y a más migración a los países vecinos”, así como a “mayores demandas de la sociedad para corregir esos problemas”.
Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y uno de los principales referentes económicos de la región, me dijo que si bien algunos países en el pasado han sido capaces de superar la hiperinflación, actualmente “no se anticipa una voluntad política” en el país para emprender reformas económicas estructurales. Como resultado, es probable que la inflación “siga creciendo como una bola de nieve”, agregó.
Es difícil saber por cuánto tiempo el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, podrá controlar un país con hiperinflación. En algunos países que cayeron en la hiperinflación, como Argentina en 1989, hubo disturbios en las calles que forzaron la renuncia del entonces presidente Raúl Alfonsín.
Pero en otros casos, como la hiperinflación de Zimbabue en 2007, el gobierno siguió imprimiendo dinero y añadiendo ceros a su moneda durante más de un año, hasta que decidió adoptar el dólar estadounidense como moneda en 2008. Eso ayudó al dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe, a quedarse en el poder durante nueve años más, hasta que se vio obligado a renunciar el mes pasado.
Sin embargo, pocos esperan que Maduro, que se ufana de ser antiestadounidense, adopte la moneda de los Estados Unidos. En días recientes, Maduro anunció la creación de una criptomoneda llamada Petro, pero la gran mayoría de los economistas no la toman en serio.
Lo más probable es que el empeoramiento de la situacion económica resultará en que muchos más venezolanos abandonarán el país, y tal vez se desencadene una crisis migratoria regional. Más de 2 millones de venezolanos ya se fueron a Colombia, Brasil, Panamá y Estados Unidos desde 1999, y millones más podrían seguir sus pasos.
Puede que el propio Maduro esté alentando una migración masiva, como sucedió en Cuba, para quedarse con una masa de gente empobrecida y dependiente de los subsidios de alimentos de su régimen. Su represión de las recientes protestas opositoras –que dejaron más de 150 muertos este año– y su creciente totalitarismo podrían indicar esa intención.
Si los líderes latinoamericanos no intensifican su presión sobre Maduro para permitir elecciones libres con autoridades electorales independientes y observadores extranjeros creíbles, pronto tendrán un problema de refugiados venezolanos mucho mayor que el actual en sus puertas. Porque, salvo un milagro, la hiperinflación solo hará empeorar las cosas en 2018.