Estados Unidos respondió el martes de forma contundente a las “acciones desestabilizadoras e ilegales” del régimen norcoreano. En un ejercicio conjunto con Corea del Sur, ambos ejércitos pusieron a prueba sus propios misiles. Los lanzamientos, efectuados en la costa oriental, fueron presentados por el alto mando estadounidense en el Pacífico como un recordatorio del “inquebrantable compromiso” de Washington por defender a su aliado frente a cualquier amenaza.
El lunes, Corea del Norte lanzó con éxito un misil balístico intercontinental. El proyectil, un Hwasong-14, alcanzó una altura de 2.802 kilómetros y recorrió en 39 minutos 933 kilómetros. Fue la mayor altitud lograda nunca en un ensayo norcoreano y, según los expertos, mostró por primera vez que Pyongyang tenía capacidad para atacar territorio estadounidense, concretamente Alaska.
El lanzamiento, efectuado la víspera de la fiesta del 4 de julio, fue jaleado por la propaganda norcoreana como un paso histórico. En plena euforia, el líder supremo, Kim Jong-un, afirmó que el misil tenía capacidad albergar cabezas nucleares, algo que los expertos ponen en duda, y lo presentó, según la agencia estatal de noticias, como “un regalo para los bastardos americanos” en el Día de la Independencia. Tras esta burla, manifestó que no estaba dispuesto a negociar la retirada de su programa balístico hasta que Estados Unidos “abandonase su política hostil” hacia Corea del Norte.
En un principio, el Pentágono puso en duda el éxito balístico de Pyongyang. Pero a medida que analizaba los datos acabó reconociendo que se trataba de un misil intercontinental. Una confirmación que agudiza la tensión en la zona y muestra el fracaso de las presiones ejercidas por Estados Unidos para frenar la alocada carrera armamentística norcoreana.
El propio presidente Donald Trump había considerado públicamente este tipo de proyectiles una línea roja que no iba a permitir cruzar. Para evitarlo, desplegó su músculo militar en aguas coreanas y buscó el apoyo de Pekín tanto por la vía diplomática como por la presión dura. Ninguno de sus pasos ha surtido efecto. China, que absorbe el 90% del comercio norcoreano, ha rechazado castigar a Pyongyang. Por el contrario, ha formado con Rusia un frente equidistante que pide tanto la congelación simultánea de las pruebas nucleares y de misiles de Pyongyang y como de los ejercicios militares conjuntos de EE UU y Corea del Sur.
Ante este horizonte, Trump ha declarado que su paciencia con Corea del Norte ha “llegado a su fin” y ha advertido al presidente chino, Xi Jinping, que está dispuesto a actuar por su cuenta. En esta línea, el secretario de Estado, Rex Tillerson, consideró hoy la prueba “una nueva escalada en la amenaza contra Estados Unidos, sus aliados y socios en la región y el mundo”. “Se requiere de una acción global para enfrentarnos a una amenaza global. Jamás aceptaremos una Corea del Norte con armas nucleares. Cualquier país que acoja a trabajadores norcoreanos, permita cualquier beneficio militar o económico o falle en el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad está ayudando y tolerando un régimen peligroso”, afirmó Tillerson.
Sus palabras vinieron acompañadas de los ejercicios conjuntos con Corea del Sur, donde Washington tiene 28.500 soldados. En estas operaciones, Estados Unidos empleó su sistema de misiles tácticos y Seúl sus Hyunmoo II. En ambos casos se trata de proyectiles guiados de alta precisión y fácil despliegue. Un armamento con capacidad para atacar las bases de los misiles norcoreanos.