Un artículo del 23 de abril en el diario Financial Times argumentaba que las protestas de la oposición pronto podrían reducirse, como lo hicieron en 2013, 2014 y 2016.
“En un país donde la búsqueda de alimentos y medicinas se ha convertido en un trabajo de tiempo completo para muchos, los costos personales de sostener las protestas son simplemente demasiado altos”, decía el artículo de Daniel Lansberg-Rodríguez, profesor de la Escuela de Administración de Kellogg. “Cuando el mundo deje de prestar atención y la presión internacional comience a menguar, también lo harán las multitudes”.
El artículo dice que “el tiempo, por lo tanto, está del lado de [el gobernante Nicolás] Maduro, aunque el 80 por ciento de los venezolanos no lo estén”. A diferencia de lo que sucedió en Brasil cuando la ex presidenta Dilma Rousseff fue expulsada del poder en medio de protestas nacionales, Venezuela no tiene un poder judicial independiente, ni un Congreso que pueda ejercer sus poderes. “El sistema está demasiado roto como para restablecerse por sí mismo”, señala el artículo.
Después de que la oposición ganara las elecciones legislativas de 2015 por una mayoría abrumadora, Maduro abolió casi todos los poderes del Congreso en un golpe de estado en cámara lenta. Luego suspendió indefinidamente elecciones regionales, e inhabilitó a los principales líderes opositores para ser candidatos por hasta 15 años.
Pero Borges dice que la ola de protestas callejeras no disminuirá, y que la oposición triunfará.
“Hoy tenemos condiciones mucho más favorables, tanto a nivel nacional como internacional”, me dijo Borges. “Hoy tenemos más energía, más motivación y un gobierno mucho más débil”.
En el plano interno, hay cada vez más grietas en el régimen, dijo, citando el caso de la procuradora general Luisa Ortega Díaz, una aliada del régimen de Maduro que recientemente sorprendió al mundo al declarar que el gobierno había violado la Constitución al recortarle sus poderes a la Asamblea Nacional. Hay grietas similares dentro de las fuerzas armadas, dijo.
En el plano internacional, los países más grandes de América Latina –incluyendo México, Brasil, Argentina, Colombia y Perú– han firmado por primera vez un documento conjunto denunciando la ruptura del régimen democrático en Venezuela y exigiendo elecciones libres. Lo mismo ocurre con la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea.
Y a diferencia de lo ocurrido en ocasiones anteriores, el régimen está en bancarrota, en momentos en que Venezuela sigue pasando por una escasez generalizada de alimentos y medicinas. La inflación del país es la más alta del mundo, estimada en más de 700 por ciento este año.
Estos son factores nuevos, me dijo Borges. Es cierto que –a diferencia de lo que ocurrió con Rousseff en Brasil– Venezuela no tiene instituciones independientes que puedan llevar a cabo un juicio político, me dijo Borges. Pero una combinación de factores –incluyendo que las fuerzas armadas exijan que el régimen respete la Constitución, las masivas protestas callejeras y la creciente presión internacional– convergerá para obligar a Maduro a celebrar elecciones libres, agregó.
“No queremos que las fuerzas armadas vengan y ‘salven’ al país. No queremos un golpe de estado”, me dijo Borges. “Lo que queremos es que se restituya una Constitución a la que el gobierno le ha dado un golpe de estado”.
Mi opinión: No sé si Maduro durará en el poder un mes, un año o incluso más allá del final de su mandato en 2018. Pero 18 años después de la desastrosa “revolución bolivariana” que convirtió uno de los países más ricos del mundo en uno que está requiriendo ayuda humanitaria, Venezuela ha demostrado que no es otra Cuba.
Los venezolanos no han perdido sus reflejos democráticos, a pesar de casi dos décadas de controles a la prensa, masiva propaganda gubernamental, intimidación y represión. Yo estoy más optimista que antes de que Maduro no durará muchos años en el poder.