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CÉSAR ATAHUALPA RODRÍGUEZ

Publicado el 26/08/16

Hijo de César Rodríguez y Mercedes Olcay, César Atahualpa Rodríguez nació en Arequipa el 26 de agosto de 1889. Percy Gibson lo bautizó con el nombre de Atahualpa por su cabellera y sus facciones de nigromante andino.

Sus estudios escolares los realizó en el Colegio Nacional de la Independencia de América en Arequipa. Se trasladó a Lima para estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Por razones económicas tuvo que regresar a su ciudad natal. Durante cuatro décadas se desempeñó como director de la Biblioteca (1916-1959).

Con Percy Gibson, Federico Agüero Bueno, Miguel Ángel Urquieta, Belisario Calle, Renato Morales de Rivera, el Grupo Aquelarre, influenciado por el modernista uruguayo Herrera y Reissing. Sin embargo, César Atahualpa Rodríguez pronto se desligará y se abocará a una creación genuina. Colaboró con varias publicaciones entre las que destacan: El Pueblo, El Deber, Noticias, El Comercio, La Crónica, Mundial, La Semana, Ariel (Montevideo).

Cultivó la poesía, la narración y el ensayo. “La Torre de las paradojas”, “Poemas”, “Sonatas en tono de silencio”, “Los últimos Versos”, “Cien Poemas” y “Arequipa en diez Poemas” son algunos de los nombres de su producción poética.

César Atahualpa Rodríguez recibió las distinciones de la Orden del Sol del Perú, la Medalla del Senado, Medalla de Oro de la Ciudad y el Texao de la A.N.E.A. Falleció el 12 de marzo de 1972. 

ORACIÓN

 Cristo 
 hace ya rato 
 que el mundo te ha visto; 
 y que el hombre, animal insensato, 
 queriendo materializarte, para mirarte 
 ha pintado su propio retrato. 

 Te puso cara compungida 
 y contusiones sanguinolentas 

 A ti que eres la vida, 
 te hizo vivir escenas cruentas 
 y te metió en las fauces del delito: 
 y como muere todo lo que existe 
 para que tú existieras, moriste 
 con el párpado marchito. 

 Así son todas las normas 
 de esta criatura falible. 
 El hombre, pensador de formas, 
 busca siempre de lo imposible lo posible. 

 Cuando se lanza en otras aventuras 
 y el infinito se niega a sus miradas, 
 con sus medidas rígidas y duras 
 todo lo mide por pulgadas. 

 Y Tú que no tienes porte, 
 ¡Dios inmenso! 
 ¿Con qué herramienta quieres que te corte 
 para que quepas donde pienso? 
 Estoy jadeante de fatiga 
 como el que acaba de hacer una hazaña. 

 ¿No me has sentido? Soy hormiga 
 que te subí, creyéndote montaña. 

 Y no eres, no, montaña ni acomodo, 
 ni campo de medir mostrenco. 

 Como la parte no conoce al todo, 
 te percibo en el aire azulenco, 
 en el hilo de luz mañanero 
 que me lleva como una vasija, 
 en el labio de mi hija, 
 en diciembre y enero. 

 Los que te buscan sólo a ratos 
 y creen conocerte, 
 son los mismos que le pidieron a Pilatos, 
 tu muerte. 

 Ellos te oran y te llaman 
 en el momento decisivo, 
 ellos por miedo te aman 
 yo, Cristo, te vivo. 



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