ANDRÉS OPPENHEIMER
Arabia Saudita es una teocracia fundamentalista, represiva, racista y misógina, que no debería ser usada como ejemplo de casi nada. Pero hay una cosa que América Latina sí podría aprender de ese país: Arabia Saudita acaba de aprobar un plan de medidas concretas para acabar con su dependencia petrolera para el año 2030.
La noticia pasó inadvertida en América Latina, donde la mayoría de los países dependen de unas pocas materias primas para su subsistencia, y están pasando por una recesión por la caída mundial de los precios del petróleo, los minerales, los granos y otros productos básicos. En momentos en que la mayoría de los economistas internacionales pronostican que los precios de las materias primas no volverán a subir significativamente por mucho tiempo, sería bueno que la región mirara de cerca lo que están haciendo los sauditas.
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Hace pocas semanas, el príncipe Mohammed bin Salman de Arabia Saudita develó un plan titulado “Visión 2030”, destinado a acabar con lo que él llamó la “adicción” del reino al petróleo. “No permitiremos que nuestro país vuelva a estar nunca a merced de la volatilidad de los precios de las materias primas o de los mercados externos”, dijo a la prensa.
El plan establece metas concretas para aumentar las exportaciones no petroleras, y para elevar los estándares de competitividad y los niveles de educación para el 2030. Para financiar su diversificación económica, Arabia Saudita planea vender menos del 5 por ciento de su empresa petrolera estatal Saudi Aramco, lo cual generaría fondos suficientes para invertir fuertemente en sectores no petroleros, tecnología y educación.
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El plan propone, entre otras cosas, incrementar los ingresos no petroleros de Arabia Saudita de $44,000 millones el año pasado a $160,000 millones para el 2020, y a $600,000 millones para el 2030. Además, propone poner al menos cinco universidades sauditas al nivel de las 200 principales universidades en los rankings internacionales.
En marcado contraste, pocos países latinoamericanos están haciendo algo parecido. Y deberían hacerlo: un nuevo informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) muestra que las materias primas representan el 97 por ciento del total de exportaciones comerciales en Bolivia, 96 por ciento en Venezuela, 94 por ciento en Ecuador, 88 por ciento en Chile, 87 por ciento en Perú, 86 por ciento en Panamá, 83 por ciento en Colombia, 69 por ciento en Argentina, 67 por ciento en Brasil, 41 por ciento en Costa Rica y 22 por ciento en México.
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“En América Latina, no vemos una determinación clara de diversificar nuestras exportaciones”, me dijo el economista del BID, Paolo Giordano, en una entrevista. “No hay planes a gran escala, como los de Arabia Saudita, o como los de China cuando decidió hace unas pocas décadas cambiar hacia una economía de mercado”.
Cuando le pregunté qué debería hacer América Latina, Giordano dijo que los países de la región deberían hacer planes a largo plazo para diversificar sus exportaciones, abrir nuevos mercados –han pasado casi dos décadas desde que Brasil y Argentina firmaron nuevos acuerdos comerciales, señaló – y promover exportaciones de servicios intensivos en conocimiento.
En estos momentos, el total de exportaciones de servicios de América Latina representa solamente el 2.3 por ciento del producto bruto de la región. Y, lo que es aún peor, las exportaciones de servicios intensivos en conocimiento sólo representan el 0.7 por ciento de la economía de la región, según el BID.
Mi opinión: Está claro que Arabia Saudita no es un país modelo, y que es muy difícil decir nada bueno sobre su régimen teocrático en momentos en que muchos en Estados Unidos están pidiendo que se hagan públicas unas 28 páginas de la investigación del Congreso de EEUU sobre los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, que podría vincular a figuras del gobierno saudita con los terroristas.
Pero los países latinoamericanos podrían seguir el ejemplo del plan “Visión 2030” de los sauditas, y hacer pactos nacionales con estrategias a largo plazo para diversificar sus economías. Deberían fijar metas concretas para elevar drásticamente sus estándares de educación, ciencia y tecnología, para poder exportar bienes y servicios más sofisticados.
Si no los hacen, y continúan dependiendo de las materias primas para el 77 por ciento de sus exportaciones –ese es el promedio regional, excluyendo a México– todo el debate político en nuestros países será totalmente irrelevante: ninguna receta política podrá producir prosperidad a largo plazo en un mundo donde las materias primas valen cada vez menos, y los productos con alta tecnología cada vez más.
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