Por: Guillermo Vidalón del Pino
El populismo vuelve a asomar su peor rostro en la campaña electoral. Cuando algún candidato manifiesta que “se hará lo que la población diga”, refiriéndose a lo señalado por tan solo un grupo de peruanos, lo que realmente está haciendo es eludir su responsabilidad como líder y conductor de un país para dar paso a algo así como “Fuente Ovejuna lo hizo”, eso no hacer pedagogía política. Esto descalifica a cualquier político para ejercer la primera magistratura.
Los griegos denominaban falacia “ad populum” a la apelación que algunos hacen de la voluntad popular con la finalidad de contentar a un grupo. En la actualidad, son los grupos de activistas, a favor o en contra de algo o alguien, quienes falsamente se atribuyen la representatividad del conjunto. Lamentablemente, algunos políticos emplean una estrategia similar para conseguir votos, pronunciando discursos que agraden a quienes tienen en frente en cada lugar.
Por ese motivo, no es extraño escuchar a algún o a algunos candidatos señalar que la inversión minera se llevará a cabo si, y sólo si, “la población lo quiere”. Cabe preguntarse si el sentir de la población se recoge en función al parecer de quienes asisten a alguna plaza pública, por medio de una portátil, y que dice lo que el político quiere escuchar o que permite que oculte su verdadera intención.
Si la plaza pública se ha convertido en el nuevo termómetro para conocer el verdadero sentir nacional, ¿por qué se gasta tantos recursos del fisco en la organización de un proceso electoral?, ¿para qué existe entonces división de poderes, si un político puede recoger el interés del pueblo con tan solo ubicarse en algún proscenio?
La apelación al sentimiento nacional es una medalla de dos caras, en una se manifiesta la mentira y en la otra, el rostro de quien le incomoda la democracia y desea gobernar repitiéndose a sí mismo “yo represento el interés de todos”.
¡No señor!, el interés de todos está en el anhelo por alcanzar un mejor estándar de vida, el interés de todos está en vivir en una país donde podamos transitar libremente sin ser asaltados ni vejados por la delincuencia, el interés de todos está en una mejor educación que garantice –efectivamente- un futuro mejor, el interés de todos está en generar las condiciones para que podamos acceder a una atención de salud de calidad. Para ello se requiere un líder con decisión y visión de futuro, en vez del improvisado o el oportunista.
Quien dice estar a favor de todo lo anterior tiene que respaldar que el Perú se convierta en un país más competitivo, más creativo, más innovador y más productivo. Para lograrlo, necesitamos propiciar las condiciones económicas que puedan financiar que la esperanza se convierta en realidad.
Transformar la esperanza en realidad implica hacer uso de nuestras principales fortalezas para seguir creciendo. De esa manera, podremos financiar el costo del desarrollo de la infraestructura que el Perú requiere, así como su mantenimiento para hacer posible una agricultura próspera que no quiebre ante la ocurrencia de fenómenos climáticos, así como la producción de bienes que puedan satisfacer las necesidades de una región a otra. Todo ello a un costo razonable y oportuno.
Un país industrializado, que vaya más allá de la minería, requiere previamente generar masa crítica, mayor volumen productivo, capacidades altamente competitivas, es así como se generan encadenamientos socio-productivos y se garantiza un futuro con prosperidad.
Ojalá no volvamos a caer en la gran frustración ni sigamos todos por el camino de la gran decepción.
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