Por: Guillermo Vidalón del Pino
Confieso ser católico y, por lo tanto, hermano en la fe de millones de personas alrededor del mundo. Asimismo, estar consciente de la labor ecuménica que debemos desarrollar en favor de los otros hijos de Dios, quienes no la comparten.
Confieso trabajar en la Industria Extractiva desde hace más de 20 años y, además, que me siento orgulloso de la labor realizada. Producimos riqueza en zonas generalmente inhóspitas, poco habitadas en comparación a los grandes centros urbanos. Lamentablemente, el mal uso de los recursos generados -sea por corrupción o desconocimiento-, la falta de inventiva y, en algunos casos la ausencia de liderazgos propositivos han hecho que dichos recursos sean dilapidados, en vez de convertirlos en una oportunidad de desarrollo –principalmente- para los desposeídos.
No obstante, reconozco que desarrollo una actividad humana y, por consiguiente, perfectible. Hemos evolucionado en función al avance del conocimiento científico y tecnológico, reconociendo que tras ella se encuentra la verdad revelada, aquella energía que proviene de Dios y que nos hace superarnos de manera constante.
En nuestros procesos de cambio, hemos minimizado el impacto ambiental y, contrariamente, hemos agigantado nuestra presencia en favor de las comunidades y poblaciones del entorno a nuestras operaciones extractivas. El proceso de relacionamiento social con culturas diversas significa un aprendizaje donde el ensayo no ha estado ausente de errores, pero también ha habido muchos aciertos que benefician a un gran número de personas.
Durante el tiempo que trabajo en el sector extractivo no he sido partícipe y menos cómplice de violaciones de Derechos Humanos. De seguro, no hubiese guardado silencio. He vivido el tránsito de la inexistencia de una conciencia ambiental en la sociedad a una legítima preocupación en la cual han participado las personalidades del sector, así como sus respectivas empresas, quienes han buscado corregir los impactos ambientales del pasado.
No obstante el esfuerzo realizado, hay quienes han visto en la oposición al desarrollo de la actividad extractiva una oportunidad para instrumentalizarla con fines políticos en provecho propio. En conclusión, una manifestación más del pecado expresado en la vanidad o el egoísmo de sus agentes, lamentablemente son muy pocos los que acceden a un cargo público y ejercen el poder cumpliendo una función de servicio orientada al prójimo.
En las zonas donde trabajamos hemos implementado estrategias de interculturalidad, nos hemos nutrido de conocimientos ancestrales y hemos entregado los nuestros. Considero que ambos hemos ganado, trabajadores extractivos de un lado y población o comunidad del otro. Son poquísimos los casos en que el desarrollo de la actividad extractiva ha implicado el desarraigo de un grupo humano, tampoco recuerdo que alguna población haya calificado el proceso de interculturalidad como pérdida de su cultura. No concibo la existencia de culturas encapsuladas, estancas, puras. Todo lo contrario, son dinámicas, creadoras e innovadoras.
Responsabilizar al sector extractivo por el consumo desmedido del alcohol, las drogas, el ejercicio de la prostitución y el crimen organizado es distanciarse de la verdad. Todas ellas deben haber antecedido a la actividad extractiva y son producto de la pérdida de valores, de la ausencia de una escala ética, del distanciamiento de Dios que afecta a todas las instituciones, sin exclusión alguna.
La denominada resistencia de algunos pobladores frente a la actividad extractiva proviene del desconocimiento y del temor ante un cambio en sus condiciones de vida. Pero eso no se corresponde con la realidad, tal como lo han podido constatar cultores de las ciencias sociales, economistas, etc., quienes han comprobado que en el entorno de las operaciones extractivas formales la calidad de vida mejora respecto de las localidades donde no se realizan, producto de las oportunidades que se generan.
Comprendemos que la dignidad de los pobres se alcanza cuando no hay hambre de pan, el cual debe provenir de su propio empoderamiento, del fortalecimiento de sus capacidades, eso es precisamente lo que promueve la industria extractiva. Contribuimos a liberar a los desposeídos del yugo de la sobrevivencia para que emprendan su propio camino hacia su autonomía, su autoafirmación y su libre determinación.
Cuando existen las condiciones para generar trabajo, se dignifica al prójimo y surgen oportunidades para liberarlo de la pobreza material. (continuará…)