Hijo de Harumi Watanabe, oriundo de Japón, y de Paula Varas, de origen serrano, el poeta peruano José Watanabe Varas nace en Laredo, un pequeño pueblo de Trujillo, el 17 de marzo de 1945.
Pasó una infancia muy pobre hasta que un golpe de suerte le dio un giro a su vida: sus padres, campesinos que trabajaban en una hacienda azucarera, ganaron la lotería de Lima y Callao y viajaron a Trujillo. Posteriormente José se traslada a Lima a seguir estudios universitarios. Laredo quedará grabado en su memoria, plasmándolo en muchos de sus poemas.
En Lima ingresó a la Universidad Nacional Federico Villarreal para estudiar arquitectura, carrera que abandonó a los dos años, para abocarse a la poesía y al cine. Para la televisión hizo una adaptación de Antígona de Sófocles para el grupo de teatro Yuyachkani.
Ganó el primer premio del concurso ‘Poeta Joven del Perú’, junto a Antonio Cillóniz, organizado por la revista ‘Cuadernos trimestrales de poesía’, s 24 años obtuvo, junto a Antonio Cillóniz, el primer premio del concurso ‘Poeta Joven del Perú’, organizado por la revista ‘Cuadernos trimestrales de poesía’, distinción que recibieron antes los poetas Javier Heraud y César Calvo.
Como guionista de cine, adaptó la novela de Mario Vargas Llosa ‘La ciudad y los perros’, que fue dirigida por el cineasta peruano Francisco Lombardi.
También escribió los guiones de ‘Maruja en el infierno’, la primera película de Lombardi; ‘Alias la gringa’, de Alberto Durand; ‘Anda, corre, vuela’ de Augusto Tamayo; y ‘Reportaje a la muerte’, de Danny Gavidia, todos directores peruanos.
José Watanabe murió en la ciudad de Lima el 25 de abril de 2007.
POEMAS ESCOGIDOS
El anónimo
Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.
Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.
Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.
El lenguado
Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.
Animal de invierno
Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.
Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas
son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.
Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro
en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.
He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.
En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.