Miercoles, 20 de Noviembre del 2024
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¿Se presume culpable?

Publicado el 26/12/14

Por: Guillermo Vidalón del Pino.

Un Rey había ordenado construir su castillo en lo alto de una colina y en uno de sus extremos una gran torre desde la cual divisaría la inmensidad de su reino. Una vez concluida su obra, cada mañana se paraba frente a la ventana de la torre y desde allí veía cómo los comerciantes traían cada vez más productos y mejoraban sus equipos y vestimenta.

Otro día observó que el aguatero del castillo ya no jalaba la carreta con toneles, ahora lo hacían dos caballos de tiro. Quienes visitaban el castillo comentaban que tanto el gobernante como los súbditos del reino estaban progresando gracias a su esfuerzo y dedicación y, por sobre todo, cada quien reconocía la sabiduría de la sentencia bíblica: “Dad pues a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20:25). Lo que es del César son los tributos, pero no son a título personal del gobernante, sino de la institución que él representa. Los tributos son dineros del pueblo que deben ser administrados por el César en beneficio del primero. Por otro lado, ¿cómo es que el pueblo logra su dinero?, por medio del trabajo, lo cual lo dignifica y, por tanto, todo aquello que es fruto de su esfuerzo le corresponde.

El bienestar que iban alcanzando el aguatero, los comerciantes, el sastre, el panadero y otros en el reino fue objeto de envidia de quienes con el menor esfuerzo querían quedarse con los frutos producidos por los anteriores. Es así que sus palabras llegaron a oídos del Rey: “Majestad, ha visto cómo visten ahora el aguatero y los comerciantes. De seguro le están robando al reino, ¿por qué no le incrementa los impuestos?” El Rey contestó, -“no puedo subir los impuestos, debo convocar a los representantes del pueblo.” –. -“Majestad, lo que podemos hacer es establecer una nueva reglamentación y una mayor escala de multas”. El Rey replicó, “-pero para que a alguien se le impute el pago de alguna multa debe de haber cometido una falta.-”. Algunos consejeros le susurraron al oído. “Majestad, no se preocupe, usted solo apruebe la nueva escala de multas y tarifas que deberán pagar sus súbditos”. (Todo parecido con lo que viene ocurriendo con la OEFA, SUNAFIL, OSINERMIN es libre interpretación del lector).

Pronto el reino empezó a tener más ingresos, el Rey no tenía claro qué hacer con los recursos adicionales que estaba recibiendo. En simultáneo, quienes sembraron desconfianza en sus oídos le proponían “nuevas acciones al servicio del pueblo”, diseñaron un conjunto de programas que sólo sus oidores sabían cómo “administrar”. Las innumerables denuncias de intoxicación no tardaron en hacerse públicas. Al comienzo, un sector del pueblo aplaudió las nuevas medidas del Rey y los más antiguos repetían: “No hay fiesta gratis. Al final todos terminaremos pagando la cuenta”.

El tiempo transcurrió y llegó el período de sequía, el río traía menos agua. El Rey seguía observando desde lo alto de la torre y sus oidores le decían: “el único que saca agua del río es el aguatero. Él tiene que ser el responsable. Que saque menos agua o que pague más por extraerla”. Con las nuevas multas y la nueva escala tarifaria el aguatero ya no podía comprar más toneles y con el tiempo se fueron deteriorando los pocos que tenía. Pronto, en el castillo empezaron a escucharse reclamos acerca de por qué cada vez disponían de menos agua. Otra vez, había que hallar un responsable y los oidores del Rey decidieron castigar al aguatero, quienes le quitaron su carreta y sus toneles. Dichos equipos abandonados y expuestos al sol perdieron su humedad y luego fueron empleados como leña. Los depósitos de agua al interior del castillo se fueron secando paulatinamente. La restricción de agua llegó hasta la torre del Rey, quien ante la bulla ensordecedora de los reclamos de su pueblo decidió descender y sentarse a conversar, preguntó: “¿por qué no tenemos agua?”, entre las muchas voces el Rey decidió otorgarle la palabra a un anciano, aquél que ya no representaba a muchos por su avanzada edad, pero que llevaba consigo muchos años de experiencia en los cuales había visto cómo muchos gobernantes cometían errores a causa de la envidia de sus oidores.

El anciano le dijo al Rey: “El aguatero no puede ser responsable de la falta de agua, la sequía es un fenómeno que se presenta cada cierto tiempo. Debo haber visto ocho episodios a lo largo de mi vida. Los comerciantes tampoco pueden ser culpables de que les vaya bien, todo lo contrario, es ético que como consecuencia del fruto de su trabajo les vaya bien. Algunos pueden haber cometido abusos, pero no podemos presumir que todos hayan cometido una acción dolosa (intencionalmente) o culposa (negligente).”.

En la actualidad, la figura del anciano sabio está representada por nuestros técnicos, quienes más allá de su edad cronológica se basan en la experiencia acumulada y en el registro de datos que nos permite proyectar qué es lo que puede ocurrir en el futuro si cometemos tal o cual acción. El establecer impuestos encubiertos representa una exacción injusta, una apropiación indebida que ocasiona perjuicio en quien confió en el “Reino” denominado Perú.

Los ciudadanos tenemos que estar alertas a conductas que fomentan la desconfianza de unos respecto de otros. Cuando surgen propuestas que presumen la culpabilidad corporativa -como está ocurriendo en la actualidad- hay que reafirmar Principios Universales del Derecho, “La Presunción de Inocencia mientras no se pruebe lo contrario”. Hay algunas instituciones, públicas o privadas, que ven en el mundo corporativo al sujeto del cual se debe presumir desconfianza, por eso se teoriza sobre cuáles deben ser sus “otras responsabilidades”, bajo el supuesto prejuicioso de que no las cumple o estaría evadiendo alguna de ellas.

Recientemente se está planteando el debate sobre si las empresas cumplirían o no con el respeto de los Derechos Humanos al interior de las organizaciones. Cabe preguntarse, ¿Acaso las empresas no se crean en cumplimiento a las normas establecidas por el Estado peruano?, ¿acaso dicho marco normativo no responde al Contrato Social vigente?, ¿acaso dicho Contrato no reconoce la vigencia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?; por consiguiente, toda institución -pública o privada- está obligada a su cumplimiento y todo aquella persona que sienta vulnerado sus derechos puede recurrir a los organismos correspondientes y accionar en defensa de los mismos. ¿Por qué presumir que los Derechos Humanos vienen siendo vulnerados en el ámbito corporativo?, ¿Por qué el aguatero de nuestro reino tendría que sufragar el costo de obtener un Certificado de buena conducta que le garantice su derecho a la Presunción de Inocencia?

El Rey debe recordar que está obligado a fomentar el bienestar de su pueblo y esto sólo se puede alcanzar en condiciones de libertad.

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