Su nombre puede sonar chistoso, pero no tiene ninguna gracia. La palabra chikungunya proviene de una lengua tanzana, país de origen de la enfermedad; significa hombre doblado y deja literalmente así a quienes contraen este virus transmitido por los mismos mosquitos que contagian el dengue. Se está expandiendo con rapidez por el continente americano desde donde brotó hace casi un año: el Caribe. En el país más afectado, la República Dominicana, el pico de la epidemia pasó hace unos meses. Allí, cualquiera de las decenas de personas consultadas para este reportaje la ha pasado (la mayoría de los preguntados) o tiene numerosos de familiares directos y amigos cercanos que la padecieron.
“No se lo deseo a nadie. A nadie, señor”, repite una y otra vez Romeo Álvarez, un taxista a quien el chikungunya retuvo en la cama durante cuatro días. Es aproximadamente el periodo agudo de la enfermedad, con fiebres muy altas y un malestar que le deja a uno “doblado”, en palabras de Álvarez. “Duele todo el cuerpo, hasta las uñas”, enfatiza. Después de eso los síntomas disminuyen, pero no cesan. Sara Menéndez, que también superó la enfermedad, sufrió tras las fiebres unas enormes llagas por todo el cuerpo, especialmente en los brazos, pero también dentro de la oreja y en la boca. Coincide con Álvarez: “Me dejó traumatizada. Ahora sé realmente lo que es pasarlo mal”.
No existe vacuna para evitar el chikungunya y el tratamiento es meramente paliativo de los síntomas. Más allá del periodo agudo, las secuelas pueden durar semanas, incluso más de un año. Tanto Menéndez, que además es médico, como Álvarez la pasaron hace tres meses y todavía la sufren. “Aún me duelen todas las coyunturas de los dedos. Muchas mañanas no puedo cerrar la mano”, explica el taxista. “Al levantarme, la rodilla no me responde. En ocasiones no puedo subir escaleras”, añade la doctora. Amaira González, pediatra del Hospital Antonio Musa, en San Pedro de Macorís, añade que las secuelas suelen durar más en personas mayores de 30 años: “A muchos niños casi ni se les manifiesta”.
La parte positiva de la enfermedad es, por un lado, que registra tasas de mortalidad muy bajas; se han reportado por su causa 118 fallecimientos desde que la enfermedad entró en América por primera vez, en diciembre de 2013. La inmensa mayoría de los decesos (108) fueron notificados en Martinica y de Guadalupe. Esto no quiere decir que en el resto de países solo hayan muerto 10 personas. Lo que sucede, según Pilar Ramón-Pardo, consejera de enfermedades infecciosas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), es que en estos dos territorios se han afanado en hallar las causas de muerte, cosa que no sucede en todos. “La calidad del certificado de defunción no llega a ser óptima en todos los países afectados y no siempre pueden comprobar retrospectivamente los diagnósticos”, asegura. En cualquier caso, morir por chikungunya es muy improbable; la mayoría de los fallecidos eran ancianos o padecían enfermedades previas que se complicaron con el virus.
Además de la baja mortalidad, otras dos facetas positivas de la enfermedad son que no se contagia entre humanos, solo con la picadura del pequeño mosquito infectado, y que una vez pasada la dolencia, el individuo queda inmunizado. Esto es lo que produce que, tras los picos en en determinado territorio, la enfermedad prácticamente desaparezca. En palabras de Ramón-Pardo, se “agota la población susceptible”.
En la Maternidad de la Altagracia, uno de los principales hospitales de Santo Domingo, una enfermera de urgencias explica que la epidemia remitió, que hace días que no les llegan pacientes con la enfermedad, pero que un par de meses atrás era constante. En la República Dominicana se han registrado oficialmente 486.306 casos de chikungunya, lo que supondría un 4,6% de la población, segúnlos últimos datos de la OPS, actualizados el pasado 3 de octubre. Pero la percepción de la ciudadanía, la que se encuentra al preguntar en las calles de la capital, en un pueblecito del interior rural o en una playa de la zona más turística, es que la cifra es mucho mayor. “Soy de los pocos aquí que no la cogió”, asegura Carlos, empleado de un hotel de Bávaro.
Una de las posibles explicaciones es que muchos de los enfermos no pasan por el hospital. La doctora Bautista, internista de el Luis Eduardo Aybar, explica que normalmente las personas no se quedan hospitalizadas, a no ser que sufran alguna “condición”. Diabéticos, hipertensos, embarazadas y ancianos deben tener especial cuidado. “Para el resto se suele recetar acetaminofén, antiinflamatorios y complejo B”, explica la médica, que sigue la guía para el manejo clínico de la enfermedad que elaboró el Ministerio de Salud dominicano.
En la República Dominicana, el país con mayor incidencia, la mayoría de los consultados dice haber tenido la enfermedad, que califican de “dolorosísima”
Muchos enfermos que son contagiados con el virus ni siquiera acuden al médico y consumen los mismos remedios con los que se han tratado familiares cercanos. “Yo no fui. Mi hija, mi hermana y mi abuela tampoco pasaron por el médico, así que no están en los registros epidemiológicos, como la mayoría de los enfermos. A mi abuela sí la llevé a urgencias, porque es anciana, pero tardábamos tanto en ser atendidos que nos fuimos, así que, oficialmente, ella tampoco pasó el chikungunya”, explica Menéndez.
Así, es muy probable que las cifras oficiales infravaloren la expansión de un virus que ya ha alcanzado 36 países y territorios (generalmente colonias europeas) en América, 18 de ellos caribeños. Ahora mismo se está expandiendo por Centroamérica. y hay brotes registrados en El Salvador, Gutaemala, Honduras, Panamá y Costa Rica. También va hacia el norte de América del Sur: se ha detectado en Venezuela y Colombia, donde el Gobierno prevé que afecte a 400.000 personas y ha preparado un plan de contingencia.
En el país más afectado, la República Dominicana, mucha gente no se cree que sea un mosquito el que la transmite. “El 99% piensa que no se trata de un insecto, creen que es por algún tipo de contaminante”, dice la enfermera de Altagracia. Esto se debe a dos motivos: por un lado, a su altísima prevalencia. “Aquí ha habido también dengue, pero nunca se ha expandido de forma tan masiva y rápida”, dice la doctora González. Por otro a algunos síntomas: “Sientes como si estuvieras intoxicado”, asegura Menéndez. Algunos lo achacan a un vertido en el puerto de Jaina, donde se detectaron los primeros casos. Otros incluso culpan al Gobierno. El taxista Romeo Álvarez es de los que se muestran escépticos con su verdadera causa, el mosquito: “Eso dicen, pero yo no me lo creo. Si me pregunta, yo pienso que es un virus que está en el aire, lo ha cogido todo el mundo”.
Esto no ayuda a combatir al chikungunya. Al no creer que sea un mosquito, parte de la población no se protegía con mangas largas y repelentes del insecto, que son algunas de las recomendaciones de la OPS para los países donde se está expandiendo. Sin embargo, la más importante, según la consejera Ramón-Pardo, es trabajar con el vector, controlarlo y limpiar sus criaderos, aunque reconoce que “es sumamente difícil”. Tanto en Italia como en Francia hubo brotes de Chikungunya. Pararon cuando llegó el invierno y desaparecieron los mosquitos. En las zonas tropicales lo tienen más complicado: siempre es verano.