Andrés Oppenheimer
Cuando vi por televisión al Premio Nobel Mario Vargas Llosa, de 78 años, llegar la semana pasada a Venezuela para prestar apoyo a las protestas estudiantiles contra el gobierno dudosamente electo de Nicolás Maduro, no pude evitar pensar que el escritor peruano es uno de los intelectuales más valientes que he entrevistado.
Vargas Llosa, quien junto al otro gran ganador del Premio Nobel Gabriel García Márquez, son probablemente las mayores glorias literarias latinoamericanas de la historia reciente, podría estar disfrutando sus años otoñales recibiendo doctorados honoris causa en universidades de todo el mundo, o codeándose con celebridades internacionales en una de sus casas de Nueva York, Madrid o Lima.
Lo que es más, podría estar ganando muchas más simpatías — y probablemente vendiendo aún más libros — si se acoplara al pensamiento político pseudo-progresista que ha estado de moda en gran parte de Latinoamérica. Podría estar deleitando al público diciendo lo que muchos quieren oír — que todos los problemas de América Latina son causados por el diabólico imperio estadounidense — y hacerse el distraído sobre las violaciones de los derechos humanos y los desastres económicos de países como Cuba o Venezuela.
Sin embargo, Vargas Llosa no solo dice lo que piensa, sino que además está dispuesto a correr riesgos personales para defender sus ideas. La semana pasada visitó Venezuela para participar en una conferencia sobre la libertad en Latinoamérica, una iniciativa de la organización independiente CEDICE, sabiendo que probablemente sería hostigado e insultado por el régimen venezolano durante su estadía en el país.
En una conferencia de prensa y en una maratón de entrevistas, Vargas Llosa culpó al presidente Nicolás Maduro de la “catástrofe económica” de Venezuela. Señaló que la inflación del 57 por ciento el año pasado es una de las más altas del mundo, y que hay una creciente escasez de alimentos pese al hecho de que Venezuela es una potencia petrolera.
Vargas Llosa dijo, en suelo venezolano, que Maduro está insistiendo inútilmente en anacrónicas políticas del “viejo socialismo”, el populismo, y el estatismo que han fracasado en todas partes.
Preguntado sobre las protestas estudiantiles que ya han dejado un saldo de 41 muertos y cientos de heridos, Vargas Llosa pidió la liberación de los presos políticos para generar un clima propicio para un “diálogo efectivo” entre el gobierno y la oposición.
También lamentó que los países latinoamericanos se hayan rehusado a condenar la sangrienta represión gubernamental a las protestas estudiantiles y la censura de la prensa, así como el encarcelamiento de líderes opositores como Leopoldo López. Los países de la región han mostrado una “actitud de cobardía”, dijo.
En una de mis más recientes entrevistas a Vargas Llosa, que pueden ver en YouTube.com, le pregunté qué lo motivaba a ser tan activo políticamente — y a someterse a la crítica de muchos gobernantes — cuando podría estar mucho más cómodo evitando visitar países con mandatarios hostiles. Poco antes de esa entrevista, Vargas Llosa había sido víctima de insultos por parte de manifestantes progubernamentales durante una visita a Argentina.
“No creo que los intelectuales deban tener una posición privilegiada o dominante en el debate público. Lo que creo es que los intelectuales deben participar de ese debate público, lo que es un fenómeno que está dejando de ocurrir cada vez más”, me respondió en esa entrevista de 2012.
“Desafortunadamente, especialmente en las sociedades libres y abiertas, los intelectuales le dan la espalda a la política, la consideran una actividad sucia, despreciable, que no debe de ninguna manera contaminar las actividades creativas”, agregó. “Yo creo que esa es una actitud muy equivocada, porque si despreciamos la política, contribuímos a que la política se vuelva despreciable”.
“Es verdad que muchos intelectuales muchas veces se han equivocado, y han defendido las peores opciones. Hemos visto intelectuales que fueron nazis, intelectuales que fueron comunistas, y no se diga de los que han defendido el holocausto y los asesinatos masivos de judíos”, prosiguió. “Pero hay muchísimos intelectuales que, en medio de esa especie de ceguera colectiva que es el fanatismo político, mantuvieron la lucidez y defendieron las opciones de la libertad”.
Mi opinión: Aunque los periodistas solemos honrar a nuestros colegas más exitosos recién cuando se mueren (tal como hemos visto en días recientes con la muerte de García Márquez), siento la necesidad de reconocer a Vargas Llosa aquí y ahora, mientras está vivo, por su valentía para defender las libertades básicas, aún a costa de correr riesgos personales.
Estemos o no de acuerdo con todas sus posturas, Vargas Llosa es un intelectual público de una enorme valentía en un mundo en el cual casi todos sus colegas eluden decir verdades obvias que van contra el discurso de moda. Tal como él mismo me lo señaló, si los intelectuales desprecian la política, la política se volverá aún más despreciable.