Publica: Eliseo León Pretell
Poeta peruano
“Ciudad Satelital”
Houston Texas, EE.UU.
El dolor es un sentimiento de pena y congoja que se padece en el ánimo, nos produce sufrimiento y tristeza, y nos molesta y aflige.
Puede incidir sobre una parte de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo, y a veces se torna intolerable.
Existen cordones nerviosos, asociados a nuestro cerebro que afectan sectores corporales y fibras sensitivas.
La sensación de dolor es distinta en cada individuo, por su resistencia, su capacidad, su conformación y su personalidad, en especial porque cuando el dolor es primero corporal, lo sigue la vivencia del dolor en la vida psíquica y ambos forman el dolor subjetivo, propio, personal.
El sentimiento se cura con la eliminación del dolor, o de las causas cuando ellas son corporales, aunque siempre quedan secuelas del mismo.
Si no es posible se trata de aliviar el mismo, con diversas técnicas terapéuticas.
La alegría es el sentimiento de dicha, contento y júbilo. Es un movimiento grato y vivo de nuestro ánimo.
Es la satisfacción que produce la posesión de un bien, ya imaginario, ya real, el gozo de una buena obra, de un buen trabajo, de una situación acomodada y de cualquier momento grato a nuestras emociones y sensibilidades.
Es de mayor alcance y plenitud que el placer ya que permanece en nosotros y puede durar mucho tiempo.
Estos dos sentimientos están presentes siempre en el hombre, variando la intensidad, siendo mayor uno u otro, de acuerdo a las circunstancias de la vida.
En casos extremos hay vidas dolorosas, como vidas muy alegres, pero en el común de la gente se asocian a su existencia casi a diario.
El dolor nos coloca en desventaja, ya que sufrir no es bueno para tomar decisiones, o para relacionarse con los demás, y como en la vida de relación vivimos dentro de esas relaciones y decisiones, no estamos en las mejores condiciones para elegir lo debido, o lo más acorde con nuestras necesidades.
La alegría en cambio nos permite mayor amplitud de pensamiento y buenas elecciones y contagia irradiando hacia el medio y hacia nuestros semejantes aquello que sentimos.
Pero siendo esto imposible de obviar, ya que alguna vez se dará en nosotros, como podemos contener nuestro dolor, hacerlo tolerable y fructífero y transmitirlo a nuestros hermanos no como una pena o una carencia sino como una experiencia de vida, convirtiéndolo en positivo.
La conciencia de nuestra finitud, que somos humanos, y si bien perfectibles, sujetos al error y a las dificultades, y la comprensión que debemos crecer y que todo crecimiento lleva consiga envuelto una pérdida, ya que hay que dejar lo antiguo para tomar lo nuevo, y que esa pérdida puede ser significativa y dolorosa, dará un parámetro para nuestro comportamiento.
Esa es la vida que nos toca vivir, el feto nada despreocupado en la bolsa uterina, abastecido de todo, hasta que un día lo expulsan por el canal del parto y debe aprender a respirar, nutrirse, sobrevivir.
De niños cumplimos las consignas que nos dan los mayores, y el curso de los años nos hace tomar nuestras propias decisiones, equivocarnos, no saber que hacer, y ya no tener la guía segura de quien nos lo decía.
Son pérdidas, dolorosas, pero que nos hacen crecer.
En la vida adulta, muchas veces nos tocará vivir dolores, físicos, morales, psíquicos y espirituales, algunos merecidos y otros no, algunos tolerables y otros que nos superan.
Y si bien nos marcan y hacen que nuestra conducta sea distinta, y esté condicionada por el dolor y la situación que vivimos, debemos sobreponernos, entender que son parte de la vida, y que podemos vivirlas con pena y afligidos o de la mejor manera y con la alegría de poder sostenerlas y pasarlas.
Transmitir el dolor con la alegría de vivir, cumpliendo el deber, y realizando nuestra existencia de la mejor manera posible a pesar de ello, es una forma de amarse a si mismo, amar a los demás y por sobre todas las cosas amar a la vida, don gratuito e inapreciado que hemos recibido.
Gracias por tu artículo y tu gentileza querido hermano: Elías D. Galati (Poeta y escritor argentino).