Hijo de Víctor Ojeda Chávez y Josefina Ojeda Diaz, ambos naturales de Arequipa, el poeta peruano Juan Ojeda nace el 27 de marzo de 1944 en el puerto Chimbote, departamento de Áncash.
Estudia la primaria en una escuela fiscal de Chimbote y la secundaria en la G.U.E. San Pedro de Chimbote. En 1962 ingresa a la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de San Marcos. Estudia filosofía y, paralelamente, como alumno libre, cursos de pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes. En 1965 obtiene la Primera Mención en el Concurso “El Poeta Joven del Año”. Al año siguiente viaja a Colombia, Brasil, Argentina y Bolivia. Entre los años 1971 y 1972 dicta conferencias y participa de la vida cultural. En 1973 ingresa a la Escuela nacional de Bibliotecarios.
La madrugada del 11 de noviembre Juan Ojeda es atropellado por un auto en la cuadra 23 de la avenida Arequipa.
“Fue un heredero del romanticismo interior (varios alemanes, Blake y nerval), el simbolismo más “iluminado” (Baudeliere, Rimbaud y Lautréamont) y las prolongaciones de simbolismo en el expresionismo alemán. Todo ello lo llevó a frecuentar la tradición hermética (ritos de Hermes), órfica (Orfeo, el cantor arquetípico en pugna con el caos y la muerte), visionaria (del oráculo religioso a la iluminación rimbaudiana) y alquímica (China e Islam), sin omitir una dimensión histórico-social de condena al orden existente y de invitación a la conquista de la Utopía, vertiente influyente en jóvenes poetas de la década de 1990)”, señala el crítico Ricardo González Vigil.
Juan Ojeda llega a publicar Ardiente sombra (1963), Elogio de los navegantes (1966) y dos breves plaquetas, Recital (1970) y Eleusis (1972).
ELOGIO DE LOS NAVEGANTES
At vos incertam mortales, funeris horam
Quaeritis, et qua sit mors aditura via. PROPERCIO (Elegiae, Lib.II,27)bist du mur ein trüber Gast
auf der dunklen Erde. GOETHE (Selige Sehnsucht, 19) LA LLAVE E-tu che se’ costi, anima viva,
Pártiti da cotesti che son morti. DANTE (Inferno, 111, 88) Funesto el mar de etemos elementos, morada del linaje humano: Oscuras cuevas, huesos de marsopa, obstinados helechos crecen Interminables en las ribas
—Allí el paciente cuervo ha tiempo
Malicia la carroña— Éstos son nuestros dominios: los pedruscos
Resecos, las raíces podridas y la tierra estéril.
Dime: ¿Andabas en los espacios consumados del puerto,
Llevando y trayendo los horarios, la gente aturdida? Deleznable substancia engendra la presurosa senectud De los días vividos, el laberinto de la carne convirtiendo
En multitud de rencores, la tierra donde se oprime la luz Sin aparente motivo.
Plegáronse a la imposible dicha
Los olvidados pormenores de una costumbre aborrecible, El pérfido lenguaje de un camino vano. ¿Qué esperamos, Si la oscura humildad de la indolencia nos oculta Nuestros propios caminos?
Aquí la tierra es seca, No hay agua, sino la mano blanca de las piedras En profusión continua, la mano oscura de las hojas
Cayendo precipitadamente de los árboles invernizos.
Sin embargo, fuimos en la densa noche acumulando Unas palabras usadas, el ostensible prestigio de la tribulación Purificada en el tiempo del cuidado.
Aqui la tierra es seca. Oh aparta de allí la noche: sólo ruinas y osamentas. No podrás antiguo, humano signo Descender oculto bajo el sueño, Mientras se ampare agrietada esta esencia hórrida En los días.
“La apariencia, la apariencia prefigura el castigo” —Eso pude decir mientras llenaban las naves— Prosigamos La lenta ascensión donde culmina el esfuerzo del hombre, sus hojas De tabaco maloliente en las horas de trabajo —Allí nos detuvimos A mirar al viejo blanco con antiguo pelo— Si hendimos el agobio en huidiza mano, Vamos diciendo intactos de este polvo, levantamos solos
Una idea, otro sentido a estas imágenes raídas: Solos, no hacemos. ¿Ves éste que incesante camina fastidiado Por tábanos oscuros?
De algún modo optó por mantener Limpia la mansión, aligerar su enfermedad de espíritu. Cayendo la nieve entre las breñas y los árboles:
Él hablaba De virtudes, y fue su amor virtuoso, y alta su esperanza más virtud Así pues, desconfía del que dice grandes viajes a lugares Remotos, porque hemos ubicado su nave entre las dársenas. Tú preguntas por asir designio atribuido Olvidas el origen en claridad venida a los principios
Que han hecho en tiempo a tu reposo. Sólo dices Que aquí no vamos, que los árboles despiertan
En la soledad más pura, que nos llaman así,
Cubiertos por la noche, porque somos la palabra Muerta en otros bosques
—Los caminos alzan,
Brotan de algo destruido— Sea tu tiempo orilla, brazos Que no permitieron la voz de otras raíces.
Y no permites Porque así amas lo tuyo, creas tu luz: cierras tus ojos, Tu cadáver por las calles errando entre cadáveres. Te sabes profundo, libre en tu soledad que nadie ciñe. En verdad, no haces nada: olvidas este olor de cuerpos cercenados No preguntes. Agita tus pasos porque todo Nacerá inevitablemente del desorden.
Entréganos tu voz y su camino
Para alzarnos de estas ruinas que han dejado. Hay terribles fundamentos hacia cada mano que tú miras, Hay venir del rostro helado en estricto, el signo de extinción Mirándote nacer al polvo.
Conducto de ser Ajado y siempre gemebundo, atribuidos A la perfección que no se alcanza: mina y claro de furor, Mas todo destejido, urgente, inopinados al penetrar, Recientes al paisaje que nació antes del paso. Toda creencia culminada en los fulgores: Tierra posterior y lánguida Oficiada mientras término osario nos decaen. Crecer como los mares que preñan las espumas,
Durar por la distancia más que uno mismo, Con todo y con fulgores, en uno y más allá
De la tierra calcinada.
Atisbar:
Fuerza aún en tanto polvo que nos come adentro: Pero mirar, surgir gritando Como. rocas, árboles, tallos. erguidos en la temerosa claridad
Que guardan las montañas.
Crecer, y no crecimos, no damos, No después de mucha o tanta eternidad de sombra, Por sentirnos poco en aquello que sale y desteje, Y abandona cuanto nace, acaba en la mirada. No hicimos, sino en ausencia por nosotros, en mares vacíos, Reducto que en silencio presagia la distancia, el monte Nunca halado después de los intensos crematorios, Las calles inundadas, el sol que agrieta en duras evidencias. Ser esto que pronuncia crujiendo, y sale a dar en mano El peso de la claridad venida a cargos: pero nada nuestro. Estuvimos preguntando en las noches: alimentad los costos, Sus vuelos, decíamos: y nosotros nunca, que no fuera el olvido, Abierto, penetrando a voz y penetrando, como salida llorosa En.cuanto apagan los ojos y no decimos nada, si por otros: Sus ganancias de nuestra raíz en grueso costo, La hierba que mastican y nosotros, nada Si fuimos, Tocamos las piedras metiéndonos, arando Por todas las materias que fluían, creados entre la elevación Del aire y sus vertientes, socavados para otra lentitud Inalterable, al principio común que nos guardaban los silencios: Solos, tomados sin fin, tangibles elementos Que alcanzaron el agua y sus fábulas crecientes,
Y esto nos venía, y fuimos, por pura descendencia Del sentido al material, juntando las caídas Hasta tocar solemnes la altura y el designio: en verdad Sólo hemos acunado advenimiento
Los lacerados puentes
Que en presencia surtan, aquí, detrás del pecho, De caminos que andamos y vamos, y el pecho con maderas, Puentes y senderos, ofrecidos: y nada, Nosotros nada, si lo que nos dicen: A otras dulzuras A otros animales A todos los aires A nunca nosotros
pero sí lo de ellos,
Que dejaron el camino y el puente. Venían evidentes con fría coraza y escudos de bronce; Nos llevaron a las piedras puras del alba que amábamos, Y allí nos quitaban, rasgaban la carne del pasto Y las aldeas, condecían nuestros brazos Como pájaros quebrados; y temíamos sus armas, Sus nuevas palabras urdidas desde otros mares. Y ahora tienen puentes que han hecho como cuevas Detrás de cada pecho; tienen los minerales, El trigo, las frutas húmedas Que hemos sernbrado rompiéndonos la piel. Ahora son de ciudad, después que los primeros se alejaron; Ellos ahora en sustituto, en nuevo A los que apagaron el sol y las cosechas Transitar funesto en las mismas aberturas Mirando, diciendo. Caminos que difieren la sensación de caer,
Entregados como estarse; alisados; entregados
Unos a laborar tras la espesura, Sin predios, por los puentes que han dejado.
Cansancio enervado en las pupilas, el cuerpo
Siempre negándose a no ceder, Mas la virtud de ser la misma cosa Y hacer cuanto describe, cuanto mata, hastiados.
Los meses perduran al margen del olvido, Acumulan cada entender, tomar el mundo, así.
Y después la respuesta: el decirnos ataviados, Entre ceremonias: alisados, entre murallas que pertenecieron Anteriores a nosotros; entregados Para desplomarse: la ceremonia inútil, los cimientos
Atendiendo su dolor hacia el contacto. Las cosas urdidas en extensión Concluyen por devenir, hacen proceso En otros territorios; y lo que antes fluyó perennemente,
Nos atribuye al curso, al elemento que decae— ¡Ah! la ausencia, este nutrir caminos Como sombra, unir tristes llanuras, abrumar Peso indeciso que pronuncia — Y cae la hoja A la apagada estancia que el tiempo mantiene Entre horas estrictas.
Sólo la forma crepita: Es eterno el día acudiendo a redimirlo— ¡Ah! la ausencia, acopia signos olvidados, Derramada estela, el indolente paso
Que alisa advenimiento
Así impasibles transitan
Las horas, desde el fondo que asciende plenitud, Hasta crecer arcilla inútil, raíces o ceniza. Todo se diluye, nada queda: tal un fruto desnudo
Que retiembla en el vacío. Sombra. Ausencia Como soledad de siglos, objetos que indican El fenecer gratuito soterrado en toda existencia.
Soledad. Y en verdad nos preguntábamos: ¿Qué eres entre tantas ruinas, sobre adustos muertos
que arrastran los días? ¿Qué atenta finitus entregan
Tus raíces?
Tus aguas dulces y profundas ¿dónde Reúnen sus huesos, la hierba exacta que retorna A los usos de los bosques, a tu piel antigua y terrena? Somos una edad desposeída, una hondura más de ausencias. Oh siempre errabundo sueño, tierra asolada Bajo un párpado insomne: todo es condición hundida
Que entreabre el silencio en la heredad. (Y ese puerto del entendimiento ¿podría acaso detener
La oscuridad del mundo?
Arrojados así a proceloso mar
Nuestra razón se empeña, y nuestra voluntad sostiene
El fruto del camino incierto: Aquí sólo hay árida tierra) Pero la historia que impulsa nuestros mares,
La Historia
Cuya inmanencia purifica las sombras que infestan nuestros ojos: ¿Puede entregarnos el fuego que signifique los caminos? Antiguos guerreros Esperaban las naves en los puertos, Reposados en las rocas que en el mar aún recoge Griterío de gaviotas, vuelo de abejorro en los helechos, Brazo al sueño del velamen en los árboles muertos: (Verdes saurios mordisquean sus escamas, la erizada carne
del tiempo que se tiende a contemplarse deviniendo) ¿Esperaré Una calma para hallar el universo Propuesto como cosa asequible? ¿Seré los guerreros acaso,
Olvidando mis actos en un tiempo presente, Para un tiempo pasado al que la herencia me une?
Las naves
Advienen con horrendas mercancias (oh anciano de precario pelo: Aparta a los incautos que merodean en el puente): el sueño aposenta Posibilidad de hallarme entre la hierba Sosteniendo el canto de guerreros antiguos.
Pero Io que fue acude en existencia gastada:
Animales que en edad de musgo y pedrerías Despavoridos respiraban en las playas, los frutos resecos Que recogíamos en barriletes de junco: todo tiene sentido Como cosa que fue, y retorna en su pura permanencia. Y cuando acudimos al dorado mundo de la magia,
Irreal materia nos asciende.
El pensar desliza Oscuras causas como significados: esta ropa Humedecida por las lluvias marinas, las pequeñas hojas del.sauce Y dulces cogollos en los montes. ¿Puedo entonces esperar en la noche La invocación del cacique en torno a la hoguera?
He mirado
A los marinos acercarse por el lanchón destruido; Las ratas allí trotan sobre la herrumbre.
Veo un collar De suave malaquita, de metales frescos con olor Como de mar; traje gris o pálido hace movimientos, Recortándose el perfil contra el ocaso desde el barco. Lo presente son estas sensaciones que acumulan formas, Y puedo comprender la esencia creciendo entre las piedras, Los morados moluscos en la rocalla húmeda.
¿Fueron
Los herederos que nutrían el signo para comunicarnos En el mes de la cosecha o anterior al grito de la lluvia Sobre las breñas musgosas?
Ésta es la tierra que trazamos
Para medir el fuego que maduró los alimentos del guerrero; Así los ríos donde el bagre se aleja de las hierbas Pavoroso de una mano que sostiene el sedal, antigua rnano Que venía de altas murallas de adobe o santuarios de piedra. Hemos caminado por la orilla contraria: encorvados árboles Y campesino arrea las mulas en los riscos lejanos. También debieron sonar las corazas ceñidas a los cuerpos, Y el sudor en las mallas de bronce.
Otros soldados Desde naves inmensas auscultaban la gente con sus armas:
El curaca vencido sollozaba rígido cerca al timonel.
Éstas son las regiones de sequía y abundante pesca, Grandes cerros y carroña viviente despeñándose; La lluvia baja a veces de las nubes en el mar, fecunda
Resecos algarrobos y se ausenta por años.
¿Somos herederos
De estas ruinas que me traen un olor del pasado?
El hechicero habló con el fuego y comprendió designios. (¡Y nadie se redacte título en los campos,
Hacedor de construcciones que después al alba
Nos diga que el saber le pertenece; Que por antigua substancia somos la piedra irredenta De alzarnos: que él conduce Hacia el gran conocimiento humano! !La edad de morir Se decrepita bajo estos vigorosos brazos! ¡Aquí hay montes, ríos, frondas Ubicadas al nacer, torrentes De cuerpos encendidos; hay indicios incontables, Nuestros, con historias iniciadas más allá del tiempo, Con hombres que han dejado días como campos!) Bonanza e historia: La lucidez que no atestigua la sonrisa del barquero, Glorias ahítas de pasado, bien a renunciar Cuánto de quebradura nos oprime, cuánto de herencia Se despeña hasta el profuso puente que nos ciñe. ¡Oh! navegamos entre graves escombros, escuetas claridades desenvuelve el día bajo esta lluvia de memorias acotadas.
¿Extenderé los ojos más allá de las hojas que palpitan Donde se agota el viento, donde golpean las sombras estas huellas, Entreabriendo un aroma perdido, de ausencia, que nada dice
De la hondura que sustenta mi sangre?
Escucha, escucha el sonido
De tus propias palabras: ¿qué resuena?
Infortunio en tu ropa,
Deterioro en tu alimento y destrucción.
Oh días: Olor de fruta o sombra, de caminos a mi voz, a mis brazos Nutra el furor que comulgaba el viento; sea libertad el polvo En que reposo, y este don vacío, escudo iluminado.
Oh días: Signos desangrando en mí, después de tanto humano entendimiento, Delante de mis pasos amarillos: pronuncian sólo las historias, Los caminos, para llamarme amor, y empezar de nuevo Con el alba en cada piedra.
(Hay un cauce que vierte. su idioma
Y desciende a la losa con pieles teñidas de frondas mortuorias, Confusas naves de polvo labradas, llanura anegando de muerte
Sus manos y días.
Cauce enhiesto De horror y de sangre extendida, donde iremos llevando Las huellas, el acto y la luz que alzó nuestros brazos.
¿Y así dejaremos la esencia humana: Nos iremos comiendo los frutos que saben a nada? Sólo el tiempo conoce la absoluta forma donde todo perece.) Abismadas aguas: pura extension aciaga. Una voz nos circunda De fulgores opacos: navegamos rezumando tinieblas en áridos días. Así, diariamente busco las estancias, los ríos, y pregunto Por mis manos, tu cuerpo: pregunto por el sol que desolla: y siempre
Encuentro.huesos, salobre arcilla de sombras y ciudades derruidas.’ (¡Oh! Ese anciano de lanoso rostro conduce vehemente Tanta acritud, que la otra riba configura falaz toda esperanza.)
Antes la lluvia nos cantaba algo: ella sabía de las piedras, Nuestro musgo, de las paredes que morían, que nacían también
Detrás del alba.
Por las calles esperábamos, bebíamos La luz y sus memorias.
Teníamos hambre y sed, pero soñábamos: La voz salía como temerosa o frágil, cubriéndonos la boca De sílabas amargas. Y a pesar del cielo y sus árboles vacíos, Nos íbamos jugando en las vertientes.
La Iluvia nos amaba y destejía Su pradera suave en nuestros cantos.
Pero yo sigo, con sueño
O muriéndome, buscando las estancias, esperando ríos; y así camino, Persiguiendo los días, confuso hasta elevarme en mi caída…
Pero tú, que sólo vives del silencio: ¿lees estos vaticinios Engendrados en el tiempo de la hoguera? ¿Qué lenguaje somos? Venimos de un destino oscuro, dentro de convulsos mares Que atestiguan las tormentas.
Indagamos lo que detienen los nombres En un júbilo de ser, confundiéndonos y amando, repartiendo Algo nuestro en cada sangre, guarneciendo la descendencia tomada,
Que hace llama entre las naves
Mis Radicales frutas son las naves,
Mis naves tibias durmiéndose al crecer, hasta llenarme De tendencias donde miro el mar, los puentes y las viñas, Después del catálogo perenne.
Mis frutales recodos, testimonios, Abdicados cauces, creencias, asunto entre osamentas, fríos resoles Para esta invitación contada, estos lugares integrados sin espacio, Puros intentos de mover la quebradura, con fenecer asegurado En naves, dudas y aires de mis ojos clausurados a lo eterno, A la convicción de ser sin tiempo
Porque ya no conocemos
La tierra, el crepitar del día que antecede, que dice Tentándonos a fijos restos de otra muerte, sostenida Entre permanecer y ahondarse humanamente:
Intemporal en senectud
Abrigo un desmonte como códice, estampida de esta constancia Para aumento de tu muerte y mi término, la cabellera Del viejo en ti, acreditada porque hacia horrendos mares Navegan los esquifes.
Nosotros, a fin del argumento entre las ribas,
Confinados a puentes y llanuras, haciéndonos como que entramos:
¡Oh ciudades! ¡Oh funestos lugares!
Mi vida representa Estas hermosas tumbas, los principios atenuados al devenir, Mas diciéndome que aquí estoy, y establezco la tierra En las raíces, conociéndome en los ríos, rocas, desiertos de luz
Donde el caer pervive, y el término, su cavidad saliendo a paso, A cuerpo y tránsito su eterna emanación de días, soles, semanas, Y siglos de sangre, siglos de grito y tiempo de sabernos como muerte: Días en semanas, meses de claridad y días de muerte viviéndonos, De vida recobrada en otro tiempo muerto.
Así acudes por ensamble
A intentar en reinos, desunido de esto, importunado para más Del que acrecienta su lucidez en tu abertura.
Invicadas* potencias De eternidad a cuento de minucias, de razones en pie cuando Los miembros legan esta tierra, el mar insigne entre sus algas De muerte unida a tu semblanza.
Breñas iluminadas cuando del monte Se destruye lo comprendido a las alturas; preferente acoso En abandonar a mucho disimulo el tumo de embalaje Ya distante de las naves:
“Amanezco ausente
A reparar mis cosas rotas, a penetrar hasta la hondura Donde nace mi silencio; contemple inasibles hojas en mis manos, Breves días circundando la frente en que dormitó; y siempre Sobre mi pecho encuentro los dientes de la muerte Atisbando mis recuentos”.
Eran tus pertenencias,
El gran campo convencido para el día en soledad, El cauce que improvisa tus ansias.
Descubrirte con las cosas,
Adusto referir lo cotidiano entrado ya en tu historia: La cantidad de herencia que posee el fuego.
Calles
Que provienen del fin en que tu sed reposa.
¿Qué es la obra
En el mundo, las diarias conjeturas tenidas en ti, el caminar
Notando la pregunta en cada rostro, urgido para celebrar tus pasos En terrible gravedad de encuentros?
Y después el polvo que anuncia, El sudor reciente compilado en los trabajos, con sólo remover
Cualquier objeto.
Entre frondas y ríos cantabas:
“Hoja tras hoja fueron juntando los días atavío perenne, Mientras debajo de la luz crecía un racimo de sombra: Cuánto humo inauguraba ausentes frutos en el alma:
Pura ceniza entregarían los brazos consumados.
En tanto, Desterrado ya el recuerdo, lejana la extendida hoguera, No quedó sino asir una amarga máscara de olvido”. ¡El canto!
Turbios párpados al aire que continuo
Deshace toda frase humana.
Nos hemos pertenecido en ocasión,
A voz desestimada que venía en goznes, así entendida la premura. Por otro lugar: cortejo lúcido ensamblado con el brazo, El ojo que destaca.
Si tomábamos las cosas en su resplandor, Ello venía por denuncia, antecedido en coyunturas que han hecho Como piedra estos crecidos, esperados gritos.
Esa la gloria Del que abre compartiendo: afán de concluir en decidida y plena, Impostergable carta.
¡Claridades envejecidas en brazos y lenguas,
Profundas concavidades aparecidas al fin y al inicio De lo que acontece y no descansa!
Ellos urgen: somos los muertos Y los hijos de los muertos, buscamos soledad para decimos. (El existir tiene sentido en cuanto hacemos.
Ellos saben Las ruinas y no hacen.
Dicen la muerte contenida en todo acto, Los conductos de acabar aún gritando.)
Y por cada indicio
De mundo inhabitable, una evasión; otra azul que permanece Fustigada.
Y en aires, en azul que carga pasto alucinado, Hierbas luminosas desde una mano retirada a océanos Rastreando la hondura de las aguas.
Meses de estar buscando Como sueños, dúctil la memoria en las roturas, pero del mar Todo llevado en imágenes, en excusa de estos documentos que coligen Plena ausencia.
Permanecen todavía, en evasión, densos y oscuros Contenidos en su laxitud atormentada, asiendo estados Hundidos en sueños o largas historias, en el contorno puro En que devienen las cosas.
Así olvidan los montes quebrados, Los conjudtos rotos que por parque, por calles también piden, Y vivimos. Y más sobre el silencio, hurgando entre las frondas Derruidas estancias.
¡0ficios, surcos, cauces por donde
Acude la sangre!
Y aún silencio, raíces hacia los celestes cantos. Yo no enturbio, no oculto lo que adentro abisma: vivo arraigado A un mundo de signos diluidos, entre crudas extensiones, Senderos de apagados rostros, amargas espesuras que inician El criterio.
Levanto el brazo, pido claridad, y una estela De ceniza profunda emerge con su prédica de pálidas sandalias. No hay otro camino que el desorden, la exacta libertad de juicio Para alzarnos. iOh!, existir ensangrentados de llanto, Bajo las inermes plumas de un cauce inseguro; hollar la ruta, Mientras un hundimiento de huesos nos devuelve a la sombra: No hay otro camino que el desorden, el peso de atisbar rotunda Esta futura emanación de días.
(Tú haces soledad,
Inmensa piel transida de oquedades, sobre ruinas que muestran Su carne devastada; haces plenitud en dioses que permiten: Así incrementas tu cadáver y te dices puro.)
Yo no enturbio:
Refiero estos profundos costos, tal la esencia bajo sí, humana, Asida.
Me defiendo y te defiendo, gritándome, a simple tacto Que en desorden, en fuerza y salto lleva conjuros hasta alzarnos. Soy desde mi voluntad de hacer, arraigado a una confusión Que no he creado, como estando sobre aires y tumultos encendidos,
Cosas que me arraigan por vivir y encontrar mis pasos y mis tierras
Frecuentadas de actos.
Voy contando los días, al par de lo que vivo
Y lo encontrado, la última intención y el fruto, nunca los descansos.
De nada mi ser, algo que busco me retiene a ser luchando, Contenido en tiempo que pronto acallará.
Antes haré, tendré los mares,
El ojo limpio en que limpiar mis ojos.
Soy voluntad estricta,
Actitud de hacer, más siempre voluntad entretejida hacia lo eterno. Nacen mis pasos en la extensión que sustentan las montañas, Sobre la tierra tremante de los bosques y sus cuencas crecidas, Dentro de cada aire que golpean las tormentas; surjo hasta enterrar
El aroma de las cosas perdidas, llameando como sol 0 luces descubiertas, como tronco encendido; y desde allí mi sangre: Cavernas y polvo, vacías aguas de días sumergidos entre muertes. Nazco y canto la evidencia de una estación imperturbable, Porque soy, y amo el espacio que nutren las piedras en los ríos, Porque me pertenecen estas manos erguidas en angustias y rocas, Y estas pupilas que empezaron a latir entre las hojas, que salieron Girando y reuniendo todo el amor de las raíces.
Broto en cada espacio Que los árboles alzan en las noches crecidas, me pertenecen los aires Y las voces detrás de los montes, y estas manos dicen de mi fuerza En los días oscuros.
La voz haciendo, alzo mi voz entre las ruinas,
Dudo, atisbo midiendo lo que ardía en mis comarcas, hundiéndome Por sólo descubrir y asir entre mis manos: llama que oscila Desde la intemperie.
Porque soy amando, creciendo del grito
Mi nueva residencia, bajando hasta tocar la copa dulce
De los bosques, con el amor que brota como garra. Y cste cuerpo, este musgo adentrado, estas memorias Que entreabren su entidad definitiva, también de amor Arraigan mi morada.
¡Soy triunfante luz en todo lo que nutre
La ausencia, naciendo a iniciar mi viaje por entre las piedras profundas! Entonces amo mi devastada piel entre humosos escombros, fundamento Asido a cada hoja mutilada; y encuéntrome gritando aún de ser
En mis fatigas.
Mas así de verme, así conozco calles, Salgo a surtar mi relación a los creyentes, doy paz y forma, Despierto hacia adentro y al fondo arraigo. Entonces, después de mucha ceremonia retorno a mis internos,
Aduzco ensamblado: conducto de mi estar haciendo entre las frondas Nuevo fuego.
Pero así, las extraviadas rutas, lo que figuré
Por mis caminos, entre leyendo y asir la vida, llevándome a mi sangre; Así hago el valor, pienso en la insurgencia y los profundos costos, Digo que encontraré la luz y sigo caminando.
Invierno y lluvia,
Monumento y hierba, junto a la tormenta que nos come. Pero así, en la ciudad y sus muertos, sus alimentos devastados, (Oh tiempo en mordedura) su ardiente esperanza De ser inútilmente: así, invierno y lluvia, nací diariamente A otras andanzas, dejo los connubios y pregunto: ¿Qué de luces han gestado estas colinas, para haber amado Una fría cadencia, un mito, la fresca espuma de los meses oscuros? ¿Qué de luz ofrecen sus vertientes?
¿Qué legado principal, Royéndonos, en tanto los árboles pronuncian también sus muertes? Oficios de perfecta umbría, donde estamos, sin entender Otro camino que las manos, la voz en mano, desigual, en tácita, Alineando para otros por sus puentes en ideas, forrnas, Y nada nosotros padres, hijos de una tierra vasta, de collados Fértiles, y nada este torrente.
Todo conducirá a la destrucción,
Al sernos acabando la hoja empeorada, siempre que siga; Puro desorden hasta entrar en nuestra realidad,. alzando tiempos— Las muertes vienen entre semanas de sombra, y comemos, Seguimos frecuentando, amamos; por algún sitio nos desolla el aire; Se aprende a caminar los signos, las tertulias, aquellas de principio; Porque somos aquí, seguimos el camino, y es el escombro, presente, Que anuncia tenaz—
Sabernos: un entender como otro, este sentar
Denuncias, de activarse, sea desde el lugar donde se nace al polvo, Sea también, sin ocultar, la misma fuerza.
Si nos irrumpen,
Nos comen a poco, tal náufragos, casi a medida de la descendencia
Al paso, de la ocasión, nos
comen, lo sabemos; si ya por ropa, Andar, nos piden algo, alegran de nuestra sangre, Se van riendo: ¿acaso es por nosotros?
De aquí nos han desarraigado; Se llevaron también lo que era para amar, como que el corazón, La piel de sus cosechas; y decían que era su corazón Y lo mascaban, y decían que era mayor la timidez en la cosecha, Y deshechaban.
Sólo algo nos quedó, por una tradición profunda Que nos camina los huesos.
Y nos quebraron al suelo, Sin corazón con que empezar a levantar la hierba rota. Por eso nos reuniremos, con principios, a dentada única, Con muelas, porque tanto esperar es también un abandono. Si todo viene de otros, que dejaron libros, que bebieron como matar, Pisando, hollando el maizal que descubría su carne de luz pura, Y viene a nuestras bocas sólo entre preguntas, Entonces nada es creación, fuerzas en que avivaron las entrañas Y los brazos, las esperanzas nuestras.
Es de otros, que amaron Y en cada rincón nos mantenían en silencio; que dijeron Que éramos así, que estábamos felices; y.después justificado el cuerpo De alguien que fue antecesor, tendió, mirando sus conquistas, Las legumbres por acá, donde ahora nos cuesta oscuro estos resoles. Pero somos miles, despiertos y desnudos, llenamos las comarcas De bocas restallantes; pedimos lo nuestro, para adentrarnos sin miedo, Arañando, bramando como las piedras, sin lágrimas.
Pedimos eso, Lo que nos pertenece por linaje, por inicio frutal de árbol Y ramajes, para urdir la realidad con nuestros brazos, Y destrozar ideas, lo que nos lleva ahora, y encontrar, erguidos, Las esencias, lo que entraña sernos en mares, montcs, Húmedas raíces que nos dicen lo nuestro.
Fatigados de cadáveres
Que irrumpen las calles, ansiamos en cada territorio negado, Con los brazos esperando.
Navegamos entre libros oscuros,
Saturados de muerte que nos nace en cada cosa que no es nuestra, En cada orilla que no tiene sentido fuera de este oficio, Siempre entendido como andarse conjugando el fundamento De ser a peso del silencio.
Así las frías cuevas de apariencia
Donde la soledad crujía, tus rnanos bajo su incertidumbre Acopiando un movimiento ajado en la gratuidad de las palabras; Tu rostro en buen entendimiento, así tu rostro en las razones
De estas ruinas que el mar bate oscuramente con su mano rota.
¿Qué relación entonces habremos de indagar para alzarnos? Y después de un paseo fortuito, después del esfuerzo y el premio:
¿Podrías contener el mundo en tu propia contingencia?
Negras aguas del Orco, navegamos con economía y resignación;
Ya los dorados días se alejaron, y tornó el viento a remover
El polvo de la tierra estéril.
Estos son los meses de acrimonia
Y habitual satisfacción, el tósigo en las calles Donde el humano infortunio camina codeándose, insinuando Débiles apetencias que la carne nutre silenciosamente. ¿Declinará el aire invernizo en los cuartos recién deshabitados?
¿Habrá tiempo para regocijarse, compartiendo alimentos sin mediar
En la bondad que pueda importunarnos?
Estos son los meses razonables,
El fecundo elemento que la extraña sapiencia no logrará arrebatarnos.
Aquí están los armarios, el escaparate cariado y los oscuros aposentos; Más allá, sobre las piedras pardas, el río con sus dedos terrosos. Sin embargo, no hay agua, sólo ese anciano longevo; las cosechas Fueron arrasadas por funestos ventarrones.
Aquí la tierra es seca. Hacia el Cerro Colorado guiaban mis pasos un interés desconocido. Crece allí la hierba del salitre y tierras aceitosas, el paciente Griterío de los cuervos del mar.
Enfermos estuvimos esperando En los muelles, caminando hasta la Plaza de Pescadores, pequeñas
Cosas solícitas.
Habían cargado los navíos, y tú querías preguntar,
Arboles diseminados en campos amarillos, el tiempo perdido Entre la salvación y la gloria.
Vayamos pues, y poseamos
Cosecha para los meses de escasez, holganza en los tributos. (En la blanca cornisa dormitó el gorrión, y fueron mis cantos
Que escuchaba ya distantes).
¿Y quiénes regresamos a poseer la dignidad
Que no acontece, satisfechos de nuestra pobre muchedumbre de miserias Siempre recordadas?
El fervor que una elección distiende En su templanza interna, precarios con lícita necesidad de orden, El fervor, unas veces enunciado en ese movimiento tierno De un rostro conmovido: ¿desdice acaso el bien que podría obtenerse Aún en la propia negación de los actos reales? Vayamos pues, Y oprimamos el silencio en los áridos confines, el canto del gorrión Ya cerca del parapeto antiguo, donde veníamos a contemplar Gesticulaciones inútiles de aburridos náufragos que la marea Recubre con unas algas negras.
Reino de la prevaricación
Y el desmedro: escucha, escucha el trote de las ratas En la tierra estéril, mira la nave y laméntate, obcécate en obligaciones
Groseramente sostenidas.
Reino de la acritud, desfallece
Y te mostraré las ganancias y las pérdidas.
Luego prosigamos Conversando con ambigüedad: “No deseaba hacer esto.
Mire Ud. mis manos, La sangre está seca”.
Alimenta tus responsabilidades, arruga el Universo Y laméntate apacible hasta que haya tiempo para matar y tiempo Para regocijarse.
¿Qué dicen los aedas en laudables murmurios,
de esta humana máteria vinculada a la promiscuidad y el dolor? Ciudades llenas de comerciantes prósperos he visto, los escaparates Sutilmente adornados con luminosos estuches que mostraban Un gusto refinado por las piedras antiguas, doradas sortijas y ojos Con incrustaciones de platino y rubí. “Para entender sabiduría y doctrina; Para conocer las razones prudentes”: He aquí la tierra estéril. “Para dar sagacidad a los simples, Y a los jóvenes inteligencia y cordura”: He aquí la tierra estéril. He aquí los presagios; y apresúrate que el viento corre hacia el mediodía. Ven y caminemos hasta esos promontorios eriazos donde sólo la corneja Grita, asustadiza y con augurios de muerte; alisa Tus dulces cabellos húmedos de mar, atiza los muslos blancos de la mañana Que se tiende como una virgen terrible.
Y tú, que remueves el polvo Buscando la llave: apártate, de estos que son muertos.
¡Reino de la maceración y el vestigio!
Veo las uñas del día podrido,
El viento podrido, la nave podrida Y nosotros esperando.
1963 – 1965