Una top model busca excusas para volver temprano a casa
Nadie puede interferir, nadie puede interrumpirla. Nadie más puede llevarla a cabo. Solo ella.
Ella enciende y coloca, una por una, las velas en el baño. Ella sumerge el cuerpito desnudo en el agua y se mete, junto a él, en la tina. Ella lo jabona, lo limpia y lo seca con una toalla. Ella le hace masajes en las piernas y los brazos mínimos. Todos los días, sin falta. Cada noche de sus tres meses de vida, Anahí Gonzales Daly ha bañado a su segundo hijo, Iago. Y nadie más ha tenido el permiso de hacerlo. Desde hace tres meses que no acepta un solo trabajo de su agencia principal, Elite Model Management Miami, ni de ninguna de las otras catorce agencias de modelos que usualmente trabajan con ella. Es más, no acepta un trabajo desde los cinco meses de embarazo, cuando comenzó a aparecerle la panza y se recluyó en su apartamento en San Isidro. En suma, desde hace siete meses aquel edificio blanco de tres pisos se ha convertido, por primera vez, en su hogar a tiempo completo.
Lejos parecen los días en los que viajaba tanto que olvidaba la fecha del día o el lugar del mundo en el que estaba. En los que partía a Sudáfrica para ser portada de la revista GQ, vestida de un bikini dorado. O a las islas Maldivas para aparecer en Sports Illustrated, con un bikini arcoíris. O en lencería para la marca de sostenes Wonderbra o abrazada a Antonio Banderas para una campaña de lentes por Europa y Estados Unidos. No, nada de eso. Ahora ella no tiene agenda para esas cosas.