Isaac Bigio
En las manifestaciones brasileñas se ha escuchado mucho el grito ‘Somos Turquía’. Ambas democracias son las que hoy más vienen siendo estremecidas a nivel mundial por protestas anticorrupción.
Brasil y Turquía se encuentran en los puestos 7 y 15 respectivamente de las mayores economías del globo, pero son la principal potencia en sus respectivas regiones. En ambos casos el desencanto se da contra un partido que ha logrado mantenerse poco más de una década en el poder habiendo ganado ampliamente 3 elecciones generales consecutivas desde el 2002.
Mientras Brasil está regido por el izquierdista, del proteccionista y secular Partido de los Trabajadores (PT), Turquía lo está por el derechista neoliberal y clerical AKP.
En Estambul el movimiento se inició el 28 de mayo en la plaza Taksim oponiéndose a los intentos oficialistas de cortar sus árboles. Luego se fue empalmando con otros rechazos a nuevas obras de desarrollo y por ello se ha autodenominado como la ‘revolución de los árboles’. La represión a más de un millón de manifestantes en casi todas las 81 provincias turcas ya ha cobrado varios muertos y 10.000 heridos.
Recep Erdogan, el primer ministro desde marzo 2003, es el más importante y popular mandatario que ha tenido la república turca desde que esta fue creada en 1920 por Kemal Ataturk. Mientras Ataturk fue un nacionalista secular y pro-occidental y su partido es socialdemócrata, Erdogan está privatizando e islamizando al Estado. Con sus medidas monetaristas revirtió el declive de su economía e hizo que esta crezca hasta un 9% en el 2010-11, pero hoy dicha pujanza ve siendo limitada por la crisis del euro y del Medio Oriente.
Si bien él cuenta con el apoyo de los pequeños propietarios del campo y la ciudad, ha venido generando anticuerpos dentro de muchos turcos que se vanaglorian de que su república es la menos religiosa de todo el mundo islámico, de quienes rechazan las restricciones a la venta de alcohol, de las minorías religiosas que no quieren que los fondos estatales para templos y la educación religiosa esté monopolizado por el Islam sunita, de quienes acusan al régimen de ser cada vez más autocrático y de ser el que más periodistas encarcela en todo el planeta, y de quienes se oponen a que Turquía se haya convertido en la base de la insurgencia islamista en la guerra de Siria que ya ha cobrado 100.000 muertos.