La presente retrospectiva de la obra de Camilo Blas (José Alfonso Sánchez Urteaga) nos introduce en el mundo poético de sus evocaciones por medio de las múltiples técnicas que empleó con maestría. A lo largo de las etapas de su obra, hizo prevalecer los elementos clásicos de la pintura, hecho que permaneció como una constante dentro de su propuesta plástica.
Desde temprana edad, el futuro pintor tuvo el privilegio de tener como profesor a su tío, el prestigioso artista Mario Urteaga, además de impregnarse del ambiente idílico de esa tierra cajamarquina en que nació y creció, rodeado de increíbles tonos verdes de pastizales/campos de maíz, con la luminosidad de los mediodías serranos o la nostálgica serenidad de sus tardes.
Camilo Blas se destacó como un solitario maestro de la belleza que supo imprimir calidad a su obra. Nunca fue un adocenado, sino un explorador de sí mismo. La técnica y los tonos apastelados, parecen esconder paradojas monumentales o amenazantes tal como entendían los románticos, por ello, no es de extrañar que en sus trabajos, la naturaleza se imponga como una fuerza viva sobre la presencia humana. El pintor recurrió en más de una ocasión al contraste de las figuras empequeñecidas por la inmensidad del entorno natural: el paisaje serrano, costeño y selvático con sus verdores y lejanías, cielos luminosos de encendidos cromatismos, de brillantes turgencias del pigmento y condensación de la luz, propiciando que los contornos ganen nitidez.
Una vez instalado en Lima, entró en contacto con la cultura negra, hallándola compleja e impactante. Estimulado por esa atmósfera, comenzó a representar la música, bailes y costumbres que tiñen sus cuadros con dejos de humor y un colorido pleno de vida, como en su obra “El piropo”. El buen oficio, el dominio del dibujo y la extraordinaria composición es aquello que destaca en las escenas de tondero, marinera y festejo, un claro ejemplo de ello es “Jarana criolla” (dentro de la cual incorpora a personajes como el negro picaro y la zamba achorada). Dichos trabajos nos recuerdan el callejón de un solo caño, las veladas en las peñas de Barrios Altos y La Victoria, entre otras.
Su arte es sobrio, delicadamente matizado, y basado en el amor por sus semejantes. La libre comunicación de sentimientos, la correspondencia del espíritu conciso embriagado por la naturaleza, y las sensaciones directas de una mirada rigurosa le permitieron traducir el justo equilibrio entre la cosa vista y la interpretación plástica.
La lección que nos dejó este artista fue de humildad y perseverancia, además de una gran experiencia puesta al servicio del arte. Pero sobre todo se le recordará por el amor y el deseo de comunión con las fuentes del hombre, impulsos que vivificaron toda su obra.
Galería:
Fotos: Javier Espichán Gambirazio.
MUCHAS GRACIAS ME SIRVIÓ PARA MI TRABAJO DE ARTE :D