LIMA –
La próxima guerra que puede ocurrir en el mundo islámico es la de Siria. La Liga Árabe ha llamado a boicotear a su régimen y a organizar contra éste una fuerza transnacional “de paz”.
Siria está gobernada desde 1963 por el Baath, el mismo partido que llegó al poder en Iraq y que después sirvió de inspiración al golpe de Libia de 1969. Al igual que Saddam y Gadafi, los Assad debutaron con una prédica panarabista, socialista, anti-imperialista, anti-sionista y pro-Moscú para luego ir buscando congraciarse con Occidente.
Si bien es posible que la crisis siria pueda llevar a una intervención militar extranjera, aún las potencias occidentales necesitan agotar otros recursos, incluyendo financiar y armar a la oposición.
Irán, que dejó que EE.UU. invadiera Afganistán, Irak y Libia, y supo sacar provecho de ello, es firme aliado de Siria. Moscú y Beijing aún no están dispuestos a negociar su veto a una guerra contra Damasco.
El Baath sirio ha guerreado contra Israel en 1967 y 1973 y sigue apoyando a sus enemigos armados de Hamas y Hizbolá, pero, a diferencia de Gadafi o Hussein, nunca ha tenido un enfrentamiento directo con EE.UU. o Reino Unido, país del cual proviene la primera dama siria.
Siria no es una sociedad pastoril, atrasada y multilingüe como Afganistán, un país dividido en 3 provincias étnicas artificialmente combinadas como Irak o un largo desierto poco poblado, aunque étnicamente homogéneo como Libia.
Siria también tiene un rincón kurdo, aunque éste es demográficamente inferior y no ha incubado una fuerte guerrilla separatista. Esta república es lingüísticamente más homogénea y arabizada que Irak o Afganistán, aunque, a diferencia de Libia, sí tiene importantes rivalidades religiosas.
Siria es el único país mayoritariamente sunita del mundo donde esta rama, la principal del Islam, no detenta el poder. En ese país el 70% de su población es sunita (dentro de quienes están los que hablan kurdo), el 13% es alawita, más del 9% es cristiano, más del 3% es druso, hay 3% de chiitas y otros grupos religiosos.
Si el Baath de Iraq se apoyó en la minoría sunita contra la mayoría chiita, el de Siria se basa en la minoría alawita contra la mayoría sunita, la misma que tiene la ventaja de contar con el apoyo de toda la Liga Árabe compuesta casi en su totalidad por gobiernos sunitas.
La oposición siria, al igual que antes la afgana, iraquí o libia, difícilmente podría tomar el poder por sí sola, y Assad, quien sabe ello, necesita combinar el garrote y la zanahoria buscando dividir o aminorar ésta para conjurar posibles bombardeos extranjeros.
Mientras tanto, Occidente busca presionar a Assad a una salida electoral negociada, pues cree que ese camino es mejor que abrir paso a un escenario donde fundamentalistas sunitas quisiesen pescar a río revuelto.