A los dibujos del inmortal artista, cedidos por el coleccionista José Fernández, se suman los grabados y apuntes especialmente hechos para esta exhibición por José Luis Carranza, Israel Tolentino y Luis Antonio Torre Villar, todos ellos egresados de la Escuela de Bellas Artes, donde también estudió quien ahora es objeto de su homenaje.
“Ellos imaginaron el recorrido que Humareda debió seguir durante sus días en París”, señala el curador de la muestra, Manuel Munive. La idea es tratar de reconstruir lo vivido en esa ciudad durante esas tres semanas.
La exposición también pretende resaltar la figura del pintor –de cuya muerte se cumplieron 25 años el 21 de noviembre pasado– a través de la serie de fotografías que Susana Pastor le hizo durante su residencia en el sórdido hotel Lima, ubicado en La Parada.
También se exhibirán las fotos en blanco y negro hechas por José Chuquiure a los lugares de Lima que Humareda pintó, utilizando una cámara pinhole, es decir, un equipo de elaboración virtualmente artesanal, con el que se consiguen imágenes en las que el efecto generado por la luz juega un importante papel.
A todo esto se sumará la proyección del cortometraje documental rodado por Francisco Lombardi y Emilio Moscoso sobre Humareda, en 1982, en el que se le ve en esa Lima en camino hacia la tugurización en la que él era uno de los personajes más notorios.
“Pocos artistas consiguen que sus bocetos fugaces se consideren como obras definitivas”, señala Munive, respecto a esa parte tan representativa de la obra humarediana. Imágenes supuestamente inacabadas en las que el espíritu de una ciudad entonces en decadencia cobraba vida propia.
“La transformación de la otrora ‘señorial’ ciudad determinada por la impronta de la migración fue detectada tempranamente por el ojo pictórico de Humareda”, señala el curador de la muestra. “Puede deducirse que su obra experimenta una aceptación acorde con la andinización de Lima”, añade.
El pintor puneño captó el supuesto declive limeño desde un lugar privilegiado: aquel que ocupó amparado en sus excesos y en su propia decisión de optar por la marginalidad. Su biógrafo y amigo Eduardo Moll constató que el artista vendió todas sus obras, excepto un retrato de su madre.
Sus escasos fondos los destinaba a subsistir, pagar el hotel en el que vivía y a solventar los gastos de su bohemia.