La Gran Manzana le dedicó a su mayor símbolo un impactante show de fuegos artificiales que iluminó la noche sobre el Río Hudson.
A horas de cerrarse temporalmente debido a unas muy necesarias refacciones, que costarán unos 27 millones de dólares, la ciudad de Nueva York le dedicó al monumento un homenaje lumínico.
El 28 de octubre de 1886, el presidente Grover Cleveland inauguró el regalo del Gobierno francés, que le dedicó a los Estados Unidos una estatua de 46 metros de alto como reconocimiento al centenario de la declaración de su independencia.
La obra se llamó originalmente “La Libertad Iluminando al Mundo”, pero pronto fue renombrada popularmente como La Estatua de la Libertad.
Básicamente, representa a una mujer vestida con una amplia estola que sostiene una antorcha con su brazo derecho levantado hacia el cielo. En su cabeza tiene una corona con siete picos, en referencia a los siete continentes y a los “siete mares”, esto último en el sentido que se utilizaba en los siglos previos: eran el Pérsico, el Negro, el Caspio, el Rojo, el Mediterráneo, el Adriático y el de Arabia.
Enclavada en la isla del mismo nombre, justo en la desembocadura del Río Hudson y muy próxima a la isla Ellis -legalmente, existe un litigio entre Nueva Jersey y Nueva York por su ubicación geográfica-, pronto superó los límites metropolitanos y estatales para simbolizar el valor -la libertad, claro- que los ciudadanos de los Estados Unidos sienten como propio.
Al ser la primera imagen que tenían los inmigrantes que llegaban a la ciudad desde Europa, pronto ganó espacio en el imaginario popular de quienes poblaban las tierras norteamericanas.
Su arraigo hizo que la administración del monumento se convirtiera en una cuestión de estado, por lo que el Servicio de Parques Nacionales de EEUU está a cargo de su cuidado desde 1933. La UNESCO la declaró “Patrimonio de la Humanidad”