Escribe: Gerardo Alcántara Salazar
Estamos en la era de los intangibles, en la Era de las Marcas. La Pontificia Universidad Católica del Perú es la universidad privada mejor posicionada en la Aldea Perú, apuntando certeramente a ser incluida en el ranking de las mejores universidades del mundo. Podría ser la primera universidad peruana en ingresar a ese privilegiado club, antes, paralelamente o después de la centenaria Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pero sus visionarias autoridades a obtener ese logro apuntan.
No se trata de una pontificia universidad católica más. No es el caso, por ejemplo de la Pontificia Universidad Católica de Salamanca de tan bajo perfil que determina que los más astutos de sus egresados, logren hacer creer que se han graduado en la Universidad de Salamanca a secas.
Ese no es el caso de la Pontificia Universidad católica del Perú, definitivamente no. La Pontificia Universidad Católica de Salamanca fue fundada en 1940 en pleno apogeo del franquismo. Tiene como canciller al Obispo de Salamanca y como Vicecanciller al Obispo de Almería, ese ayuntamiento donde Acasiete juega al fútbol. Se trataría, en consecuencia, de una universidad no solamente confesional sino fundamentalista.
La Pontificia Universidad Católica de Salamanca fue creada por el Papa Pio XII con el objeto de que se dicten los cursos de Teología y Derecho Canónico que los gobiernos liberales de la Universidad de Salamanca los habían suprimido. La creación de esta Universidad durante el gobierno fascista del generalísmo Francisco Franco tenía por objeto reforzar el fascismo con apoyo del Opus Dei.
Si el Cardenal Cipriani, militante del Opus Dei lograra su objetivo para que la Pontificia Universidad Católica del Perú se convierta en una universidad fundamentalista más, seguramente tendríamos egresados que se avergonzarían de haber estudiado en esa universidad, pero a diferencia de los graduados de la Pontificia Universidad católica de Salamanca que disimulan la incomodidad (por no decir la vergüenza) que sienten, qué harían los nuevos graduados de La Pontificia Universidad Católica del Perú sino hacer creer que se graduaron en el período glorioso de esa Universidad, pero a los que tuvimos la oportunidad de graduarnos en la mejor época podrían confundirnos con militantes del Opus Dei (la PUCP me graduó de Magíster en Sociología en 1994).
Mientras La Pontificia Universidad Católica del Perú es una gran universidad, la Pontificia Universidad católica de Salamanca, dirigida por el Opus Dei, con otras cinco universidades españolas ocupa el puesto 32 del Ranking de las universidades españolas, sin pretensión alguna de ingresar al ranking de las mejores del mundo. Pertenece a las universidades marginales. ¿Eso queremos que le suceda a la Pontificia Universidad Católica del Perú?
Lo peor de todo, desaparecería todo principio democrático, porque un solo hombre, el hombre del Opus Dei, Cipriani, nombraría al Rector y a través de él se convertiría en un dictador que trataría de administrar la mente, sí la mente, la conciencia de la gente, con el argumento de que está velando por la moral de Roma.
No se trata de que la Pontificia Universitaria del Perú sea una corporación de angelitos. Como en toda institución pública y privada existen, obviamente, algunas prácticas discriminatorias, pero no segregacionista como sería el caso de triunfar el Opus Dei que apuntala el cardenal Cipriani.
¿Por qué más bien Roma y Cipriani, en lugar que querer parametrar la moral de alumnos, catedráticos y personal administrativo, no se dedican a controlar el pudor de sus curas pedófilos que son miles?