Una atmósfera que permitió romper un poco la rígida etiqueta, como en el momento en que, respondiendo a lo que gritaba el público, William le dio no uno sino dos besos a su nueva esposa cuando salieron a saludar desde el balcón del palacio de Buckingham.
Una pareja, mil novecientos invitados y dos mil millones de televidentes (sin contar internautas). El príncipe William y Kate (ahora Catherine, duquesa de Cambridge) se casaron en una boda real tradicional en medio de una atmósfera del siglo XXI.
La boda se celebró en la abadía de Westminster, escenario de todos los grandes acontecimientos reales británicos desde 1066. Pero este acontecimiento tiene el inconfundible sabor de la globalización: millones más siguieron la boda por internet y publicaron sus comentarios, fotos, videos y vínculos en redes sociales y sitios como YouTube.
El sentido de euforia fue palpable no sólo en la realidad virtual.
Esta nueva boda dentro de la monarquía británica desató, desde hacía varios días, un sentimiento de carnaval en el Reino Unido, especialmente en la capital, donde se estima que entre 3.000 y 5.000 británicos y extranjeros acamparon en The Mall (la calle que conecta el Palacio de Buckingham con la plaza Trafalgar Square) y afuera de la Abadía de Westminster para ser testigos de la celebración.
Desde muy temprano, decenas de los 1.900 invitados a la ceremonia en la Abadía de Westminster se fueron formando en una fila a la espera de que el templo abriera sus puertas.
Se veían sonrientes y relajados. Varios saludaron a las cámaras que, procedentes de diferentes países, se apostaron a las afueras para cubrir minuto a minuto la boda de la monarquía británica.